En Yo, Tonya, sobre todo en ese gran inicio, se asoma Scorsese por las costuras. Sin embargo, es mi amado Winterbottom quien refrenda las formas de narrar con esos personajes que se contradicen entre ellos mirando a cámara e, incluso, que rebaten al propio director del film. Que me recordó a 24 Hour Party People no es ninguna crítica; si tienes que gravitar, dale vueltas a los mejores. Además, si la historia real tras el guión no está nada clara, que tampoco lo esté la película. Bien por Steven Rogers —el guionista— por dar el salto y dejar de lado los pasteles para apostar por algo más picante.
Craig Gillespie —el director— aprehende los años más fecundos de la biografía de Tonya Harding y nos relata cómo la patinadora más famosa del mundo no lo fue por ser la primera deportista estadounidense en hacer un triple axel sobre el hielo, sino por un “incidente” que daba más jugo al sensacionalismo más impío. Si el lector no sabe nada del “incidente” histórico, que no se informe: los créditos finales ponen de su parte y la Wikipedia siempre espera en la pequeña pantalla.
Una vida a golpes, la de Tonya, dinámicamente representada por los hacedores de la película que se ve multiplicada por las protagonistas femeninas, sobre todo por la enorme Allison Janney que levanta cada escena con solo lanzar una bocanada de humo. Yo, Tonya es un cuento tosco, malhablado, ordinario y falto de modales. Adjetivos, todos ellos, que mejoran de largo las bondades y prudencias de otro cuento más oscarizado y con el hielo derretido. Esa, esa… la del agua.
No Comment