(NO ME DIGAS QUE NO HAY NADA MÁS TRISTE QUE LO TUYO) “Hay miles de cosas en el mundo que son mucho peor. No me digas que no hay nada más triste: una tienda de animales es mucho más triste, con los perros en sus jaulas dando vueltas.” Como bien dice Hidrogenesse, los perros en sus jaulas son algo muy triste. Y es mucho más triste si los únicos perros que metemos en una jaula son los perros que no son de raza. En White God, los canes que carecen de linaje puro necesitan un impuesto —o salvoconducto— especial para que no los lleven a un refugio destinado para su hacinamiento; en el mejor de los casos. Comprensiblemente, una perrera repleta de lo que el gobierno considera chusma no digna de pasear por las calles ni con correa, se convierte en un polvorín a la espera de la rebelión. Y eso es más triste que lo tuyo.
White God es una película húngara, dirigida por Kornél Mundruczó, que si bien no es una obra redonda y se acomoda en una metáfora excesivamente evidente, contiene algunas escenas escalofriantes, amén de una impecable factura técnica que, además, no se esconde tras los excesos de la postproducción.
Un dios blanco, ni negro ni gitano. Un dios blanco, para más énfasis en la denuncia, observa como a Lili la separan de su perro. Hagen, que así se llama el animalito, mezcla de Lassie y Golfo (el vagabundo perro de Disney), deambula por los márgenes del Danubio en una Budapest tan hermosa como intolerante descubriendo como se las gastan los funcionarios municipales, los trabajadores del mercado y los organizadores de reyertas perrunas. Sin embargo, Hagen tiene un límite y ni César Millán le detiene cuando se le hinchan las pelotas. Así nace el nuevo Hagen: para decirle a las masas de san bernardos mezclados con podencos o de chihuahuas cruzados con ratoneros valencianos que se acabó lo que se ladraba y que empieza la revuelta.
La película ganadora de «Un Certain Regard» en el Festival de Cannes del pasado año es una fábula negra y de ritmo creciente, que cuando se acoge a los códigos del suspense se convierte en un entretenimiento del de pasar un buen/mal rato. ¿Recomendable? Sí, claro. Hablamos de una alegoría social, donde los perros antisistema cogen el mando. Vaya.
Por cierto, los doscientos actores perrunos, recogidos de diferentes perreras, fueron adoptados al finalizar el film. Y eso no es nada triste.
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