Hacer mala crónica de Wendy sería rendirse a la adultez constreñida del que se cree que sabe de cine solo porque ha visto bastante los últimos 40 años. Que sí. Que crecer es una gran aventura, pero encorseta deleites y te obliga a ser masa. El libre ajuste que Benh Zeitlin ha elaborado sobre el manoseado Peter Pan es pura delicia; oscura y confusa por momentos, pero disfrutable y familiar. Es más, visto el panorama, podría decir que es la película familiar de estas pandémicas Navidades. El director de Bestias del sur salvaje vuelve a sus grafías, atmósferas, niñeces y melodías de su ópera prima; porque, quién sabe, puede que tampoco quiera hacerse mayor. A mí me vale.
Wendy y sus dos hermanos viven, junto a su madre, todos ellos blancos de cuello rojo, asomados a un futuro basado en las alubias y en “¿más café, encanto?”. Los tres hermanos quieren ser piratas y no camareros. Son demasiado pequeños para comprobar que los sueños no siempre se cumplen. Así que lo mejor que pueden hacer es subirse a un tren nocturno que los lleve a la Isla del Nunca Jamás. El resto es revisitar al héroe y a la heroína, apostando por nuevos lenguajes y nuevas reivindicaciones, y llegar a un recado evidente: si algo te gusta, disfrútalo y no conjetures mucho sobre ello.
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