El encuentro ocurrió, eso es seguro. La fotografía que así lo atestigua continúa siendo el documento más solicitado de los archivos nacionales estadounidenses. También es verdad el patriotismo de Elvis y su cinturón negro de karate. Y parece ser que unos muchachos de Liverpool eran, para él, antiamericanos y de inclinaciones comunistas. O no. Cierto es que Michael Shannon es un Elvis especulado y de parecido vago. Y no es menos cierto que, especializado en políticos manipuladores, Kevin Spacey abandona el bando demócrata para convertirse en un Richard Nixon que no sale del Despacho Oval y hace de él sus dominios. Y qué dominios. Es cierto que Lucille era la guitarra de B. B. King, sin embargo no se sabe si compartía mote con el Colt 45 que el Rey del Rock escondía en una funda ubicada en su tobillo. Se sabe que Richard Nixon y Elvis Presley hablaron en aquella reunión, lo que no se sabe es de qué. Puede que Elvis quisiera convertirse, a pesar de su gran y utilizado botiquín, en un agente que quería luchar contra las drogas ilícitas, los Panteras Negras y los Rolling Stones; majestad ya había una. Elvis & Nixon es ágil y ligera, perfecta para empezar la temporada. Sin más pretensiones que las que refleja. Un filme que no pasará a la historia por la profundidad de su guión ni por su exhaustiva documentación. ¿Qué es verdad y qué es mentira? No importa la respuesta. En el cine lo imaginario es tan real como lo ficticio, y cualquier mentira que ocurra en la pantalla la convertimos en nuestra verdad. No podemos construir nuestros sueños sobre la desconfianza (we can’t build our dreams on suspicious mind). Siempre ha sido así y siempre lo será.
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