“En el control de pasaportes es donde uno se encuentra de golpe y sin aviso con el autoritarismo administrativo de los Estados Unidos, con la aspereza y los malos modos de esos funcionarios de Inmigración que tienen para el europeo una envergadura amenazante, una escala tan desacostumbrada como la que le sorprenderá más tarde en el tamaño de los coches o en el de los puentes”. No tuve mejor idea que leer Ventanas de Manhattan unas semanas antes de mi primer (y único) viaje a Nueva York. Recuerdo aún, y ya hace casi veinte años, el capítulo donde Antonio Muñoz Molina describía sus miedos persistentes en la zona de control, que no menguaban a pesar de sus continuos viajes a la ciudad que nunca duerme ni deja dormir. Unos recelos y ansiedades que yo también sentí y que se ven dilatados en esta filigrana de la cartelera llamada Upon Entry.
SI hay algo que dé más miedo que perder las maletas, es que surjan complicaciones en los limbos de cualquier terminal. Y más, si, como Diego y Elena, su viaje no busca el ocioso porvenir de una semana vacacional, sino establecerse con fija residencia. Diego, un urbanista venezolano en paro, y Elena, una profesora de danza catalana, llevan unos pocos años viviendo juntos en Barcelona y han decidido impulsar sus carreras profesionales en Miami. Una breve introducción en un taxi nos descubre sus intenciones. En la segunda secuencia, nos encontramos con la pareja en el interior de un avión. Elena duerme tranquila. Diego se mantiene despierto. No hay nada gratuito en la película escrita y dirigida por los venezolanos Alejandro Rojas y Juan Sebastián Vasquez. Una cola en la zona de inmigración y, tras la comezón de una primera inspección, son conducidos por unos pasillos tan inconmovibles como faltos de luz hasta la sala de inspección secundaria. Empiezan los interrogatorios. Queda una hora de película.
Upon Entry está cimentada por un texto milimétrico; interpretado con responsabilidad y entrega y dirigido con pulso y primeros planos. Este enunciado puede parecer desmedido y poco juicioso. No obstante, sin tener bien claros todos los propósitos de recado que los cineastas plantean, a mí me pareció perfecta. Es complicado, ante un aparato elaborado con unas hechuras tan bien articuladas, apartar la vista en algún momento de sus 77 minutos. Sí. Por supuesto la duración es parte del engranaje; pues suele ser una condena en otras películas de intenciones y producción similares. Vayan al cine si quieren ver cómo se describe intachablemente, citando de nuevo a Muñoz Molina, “esa frontera amenazante de la vida americana, la de las burocracias, los policías, la médula disciplinaria de las leyes, la sombra de la dureza y de crueldad que hay un paso más allá de la norma que no se ha cumplido”.
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