Tensión sublimada sobre lugares comunes. Un lugar tranquilo es un ejercicio de narración y ansiedad mantenida pocas veces visto. En cualquier filme de terror, o de monstruitos post apocalípticos, se rebaja el desasosiego mediante escenas con diálogos vacuos o cualquier catarsis sonoro-musical que ayude a digerir el asunto. En la película que nos atañe eso es imposible: para sobrevivir no hay que emitir ningún tipo de sonido. Si los protagonistas hacen ruido, están muertos.
Igual que la genial It follows aplicaba su particular visión de jovencitos asesinados en cadencia, convirtiéndose en la mejor película slasher vista por un servidor, Un lugar tranquilo utiliza las bases de un género, más propagado que los virus que tanto esgrime, para formalizar en ritmo y sonido y alcanzar un hito fílmico que te deja con ganas de más (que no de secuela). Toda una rareza, salida de lo frecuente, a tener en cuenta. ¿Culto? Eso ya no lo sé.
Un matrimonio y sus tres hijos intentan prolongar su existencia en la Tierra, la cual ha sido invadida por unas extrañas criaturas ciegas, pero con una inhumana (obvio) capacidad auditiva. El prólogo de la película de John Krasinski es admirable en cuanto a su economía narrativa: no hacen falta rótulos, voces en off ni flashbacks para poner al espectador en la senda. A partir de esos instantes, en los que aparece el título de la obra, nos encontramos con una pequeña presentación del espacio vital de los protagonistas y una construcción de escenas que van de la angustia a lo casi inaguantable. Secuencias, algunas de ellas (que no voy a mencionar), con una arquitectura de planos y sonidos dignas de estudiarse. Y me callo. Vayan al cine a pasarlo bien. Y mal.
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