Hay películas que apetecen menos que beber en un vaso de tubo. La imagen promocional, el tráiler e, incluso, la sinopsis no se ponen de tu parte; y la oferta es grande para gastar dos horas en un producto, a priori, poco aportador. Sin embargo, esta vez, me dio por mirar la rubrica del cineasta que se encontraba detrás de Triple frontera, el último estreno de Netflix. Y resultó que el director era J.C. Chandor, que, desde su ópera prima, Margin Call, siempre ha tenido algo que aportar a la amalgamada industria estadounidense. En esta ocasión, para su cuarta película, ha escogido un nuevo tema —por ahora no repite— y de repente el hastío y la desazón del domingo por la tarde pasó a buscar alternativas de ocio en las selvas sudamericanas.
Triple frontera es un entretenimiento, riguroso y bien rodado, de cine de género de tíos fuertes que se van de misión a luchar contra un narcotraficante. Sin embargo, el público objetivo no es la chavalería necesitada de tiros, hormonas, Chuck Norris y tatuajes. No. Hay disparos, pero también hay clasicismo, diálogos bien incrustados, fueras de campo y, sobre todo, una cadencia digna de admirar. Y lo mejor de todo es que hay antihéroes que no luchan por su patria, sino por sí mismos: unos para salir de una realidad a la que su pasado militar les abocó y otros simplemente porque quieren un Ferrari. Ya sabéis, Triple frontera es una buena alternativa a la dominguitis.
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