Tres personas en la sala viendo ‘Tres’. He tenido una especie de performance auditivo-envolvente viendo tan curiosa película. Dos señoras, situadas un par de butacas por detrás de la mía, me anticipaban la acción mientras a la protagonista le pasaba todo lo contrario. “Esa debe de ser su madre”, decían. Nada que manifestar a las aseveraciones. Es más, mi aplauso para esas dos mujeres que han optado por una propuesta original en su sinopsis y no por otras en las que aparecen, como mínimo, media docena de gloriosos actores en su cartel.
Juanjo Giménez, aquel realizador que nos presentó el multipremiado cortometraje ‘Timecode’, y que es, junto a Buñuel, la única persona que puede presumir de Palma de Oro, nos desaloja de prudencias fílmicas con una arriesgado ofrecimiento. ‘Tres’ es fascinante. Nos cuenta un momento revelador en la vida de una diseñadora de sonido que empieza a desincronizarse y, como si fuera el doblaje de una película de artes marciales de los 70, su cerebro empieza a procesar el sonido más tarde que las imágenes. Al principio son solo un par de frames. Después la cosa va volviéndose insoportable.
A partir de ese punto de partida tan poderoso, que en manos y mentes poco adecuadas hubiera terminado en deflagración junto a La Sagrada Familia, Giménez y su guionista se las apañan por agarrar al espectador desde el naturalismo, el buen melodrama y la definición de personajes. Así, sin melodías de violín extradiegéticas de esas que dirigen sentimientos. Todo está en pantalla, aunque llegue tarde.
La protagonista de ‘Tres’ vive fuera de lugar, separada y sin WhatsApp, y su poca armonía se vuelve literal. Acompañadla en el cine y contemplad una de las películas más singulares del año. Un filme con secuencias demoledoras (atención al paseo hasta el patio de butacas de un cine mudo), que algunos iracundos calificadores tildarán de tramposas; pero que a mí me hicieron muy feliz; con una actriz para halagar hasta que nos odie y con un fantástico final.
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