Entre el instituto y la vida universitaria existe un verano; un verano de transformación hacia la madurez educativa y el atolondramiento extraescolar asignado por una imaginería impuesta. Unas representaciones agigantadas en nuestra mente si hablamos de una universidad americana. Hay que portarse mal, hay que hacer deporte, hay que fumar de todo, hay que salir de noche, hay que montar fiestas, tienen que detenernos por lo menos una vez, hay que hablar de banalidades con toda la profundidad posible y hay que follar. Es un estado de semilibertad efímero que, probablemente, echaremos de menos. Como le dice uno de los protagonistas, cerveza en mano, a dos bellas muchachas: “la gente mayor nunca se arrepiente de las cosas que han hecho en su vida, sino de las que no han hecho”. Al segundo, las dos chicas están preparadas para pelear en el barro.
El tropel protagonista de la película es el equipo de beisbol de la universidad en cuestión. Todos queremos algo nos narra las trastadas de la pandilla durante el fin de semana anterior al primer día lectivo. El hilo argumental se sostiene a base de un desmadre tan constante como de gran naturalidad y ritmo. Se puede afirmar que la trama está encubierta tras el discurso y los conflictos son inexistentes. Y si no fuera por la divertidísima secuencia del entrenamiento, pensaría que esos tarambanas no iban a hacer nada más en su vida universitaria. A partir de ese momento hay algo de amor entre tanto sexo, de deporte entre tanto vicio y de inquietud entre tanta despreocupación. Es insustancial, es gamberra y está repleta de anécdotas. Más que una película es un estado de ánimo. Pero eso sí: es encantadora.
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