Aún recuerdo la primera vez que vi a Robert Redford. Fue en el cine de mi pueblo: una pequeña sala, de las de moqueta y butaca de madera, de olor a cine y reestreno, de doble sesión y carteles pintados. En aquel lugar que me embrujó vi una película de Peter Yates de título Un diamante al rojo vivo. Después seguí viendo cine y más cine. Y llegaron, sin orden ni concierto, Brubaker, Tal como éramos, Dos hombres y un destino, El golpe, La Jauría humana, Descalzos por el parque, Memorias de África, Todos los hombres del presidente y Las aventuras de Jeremiah Johnson. Llegó El mejor y ese bateo final del que todos hablábamos en el colegio. Hasta llegó una mala película de nombre Una proposición indecente. No perseguía a Robert. Perseguía el cine. Y en ese cine salía ese actor. Porque ese actor es historia fundamental de ese cine.
Robert Redford se despide de la actuación con de Old Man and the Gun. Elegante, de buena fotografía, penetrante, histórica, real, pausada, encantadora, melancólica y divertida… así es la personalidad de Mr. Redford. Y su última película también. Gran testamento fílmico. Una buena película que quizá la premisa de la despedida la ha hecho todavía mejor. La ha hecho grande e histórica.
The Old Man and the Gun cuenta la historia de Forrest Tucker. Un ladrón que pasó su existencia entrando y saliendo de bancos y entrando y saliendo de correccionales. Una adicción que no era su medio de vida sino su medio vital. David Lowery sabe lo que tenía entre manos y a quien tenía entre manos. Por eso, el filme se ve con alegría y pena. Vale la pena. En The Old Man and the Gun salen fantásticos actores de los que, sino fuera por el protagonista, se hablaría bastante más. Y mientras escribo estas líneas me doy cuente de una fabulosa coincidencia. El protagonista hace de un ladrón que sale de la cárcel. Curiosamente igual que en la primera película que recuerdo de Robert Redford. Aquella que vi en el cine de mi pueblo.
No Comment