Raúl Arévalo ha empezado a lo grande. Tarde para la ira es una gran película; de las mejores películas españolas de la temporada que, por suerte para los académicos, la compensarán con la mejor dirección novel y todos contentos. El neófito director sabe narrar y dosificar, con sorprendente habilidad, los conflictos, y no deja que apartemos los ojos de la pantalla desde la genial secuencia inicial. Es obvio, y no lo esconde, que el cine de Saura ha influido claramente al realizador, pero los toques personales también se advierten. La imagen explícita y el fuera de campo están hilvanados nada gratuitamente para lograr este intenso y salvaje filme de ladrones sin policías.
Salvaje es la palabra. Sin embargo, el control también se ve. Una película estomacal que, seguro, depurará en sus siguientes trabajos con el peligro de que lo académico coarte sus formas. Tarde para la ira es la historia de una venganza que se ve venir. Al principio no sabes de parte de quién ni dónde ni cuándo y, poco a poco, el ambiente y las miradas te lo van indicando. No hace falta más sinopsis. Solamente indicar que los actores, clave en este tipo de películas, están por la labor de levantar la opera prima de Arévalo. Genial, una vez más, Antonio de la Torre; contundente Luis Callejo y sorprendente (y participe de una de las secuencias más crudas del cine reciente) Manolo Solo. La fotografía y la música también acompañan. Buen cine.
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