Desde hace unos años, existe un cine certero sobre la maternidad realizado por jóvenes cineastas que revelan particularidades que, definitivamente, solo ellas pueden mostrar. A la maternidad no deseada de Mamífera (Liliana Torres) y al total arrepentimiento de la sensacional Salve María (Mar Coll) se le une ahora la también poco condescendiente y precisa Sorda, de Eva Libertad. Una mirada personal, reflexiva y reveladora sobre las singularidades, internas y externas, a las que se enfrentan las personas sordas en general y las madres sordas en particular.
Como ha dicho la directora en casi todas las entrevistas, no se nos sensibiliza a convivir con la diferencia ni se nos instruye, en ninguna institución, a convivir con las discapacidades. Razones que convierten películas como Sorda en didácticas sin pretenderlo. Porque, aunque esa intimidación social, la mayoría de las veces involuntaria, se percibe en la pantalla, la emotiva ópera prima de Eva Libertad expone sin juzgar ni subrayar un problema que está, aunque quede lejos de la generalidad. Y lo hace sin secuencias gratuitas (todas ellas llevan recado), con una progresión dramática cadente y creciente, un tratamiento del sonido impecable que estimula al que tiene la suerte de poder escuchar, unos intérpretes entregados y contundentes, unas intenciones transmitidas con rotundidad y un par de momentos más que memorables (sensacional la secuencia del parto, por su formalidad, por su intensidad y por su función justificada).
Sorda, que parte de un cortometraje que puede servir de abreviado preludio, es una de las películas de la temporada, demostrado asimismo por la cantidad de galardones que está consiguiendo en la temporada de premios. Una prueba de buen cine, muy por encima de esos ejercicios pasados que pretendían hablar de lo mismo y que, incluso, ganaron el Oscar.
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