Dovydas trabaja como intérprete del lenguaje de signos. Elena es profesora de baile. Se conocen. Se atraen. Dovydas le confiesa a Elena que es asexual. Empiezan una relación. Como dice el tagline de la película, Slow es “una historia de amor sin sexo”.
Sin las disonancias de la mayoría de los melodramas románticos actuales y aumentando las opciones sexuales al simple vacío del deseo sexual de una de las partes, Slow nos narra una preciosa, sensible y asonante historia de amor. Salvo algún recurso pícaro y danzarín, perfectamente ensamblado, y la introducción de un personaje asexual por propia elección (la mejor amiga de Elena es religiosa), todo concierta en la película dirigida por Marija Kavtaradze.
Una mirada, la de Kavtardze, con mucho grano, planos cerrados, contornos difuminados y unos 16 milímetros eficientes y aprovechados con estilo. Un texto certero y real que no difunde recados discursivos y unas secuencias de baile, que son como el chocolate sustitutivo para la pareja, cierran el círculo de un vínculo verosímil y en apariencia sencillo. Lo que no es sencillo es el buen trabajo que ha hecho la directora y guionista de Slow.
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