Es Siempre juntos (Benzinho), igual que la magnífica Club Sándwich, de Fernando Eimbcke, una obra mayúscula por su naturalidad, su discreción y sus formas a la hora de hacer retrato de una madre. Y a ambas les ha ocurrido lo mismo: han pasado desapercibidas para las distribuidoras pese a sus buenas críticas y sus triunfos en los festivales de San Sebastián y Málaga. Películas milagro que fluyen reales, dejan huella y no se hacen largas ni molestan como si fueran audios de WhatsApp.
El brasileño Gustavo Pizzi dirige, con asombrosa naturalidad, el fragmento temporal de una madre que lucha por sacar adelante a sus cuatro hijos, ayudar a un marido tan emprendedor como caótico e idealista, acoger a una hermana y a un sobrino que conviven con el maltrato, sacarse el graduado, ser vendedora ambulante de fiambreras y sábanas, entenderse con una casa que se cae a pedazos y, además, hacerse a la idea de que su primogénito ha sido fichado por un equipo de balonmano alemán.
Y si tantas vicisitudes acontecen en Siempre juntos (Benzinho), la autenticidad de los diálogos y las situaciones, el naturalismo extremado del filme y una actriz protagonista que nos seduce a cada instante, acaban por lograr eso que parece tan difícil; que la película tenga vida y no se noten las zurcidos.
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