Veamos Segundo premio como lo que es. Una película de ficción basada en el real, mítico y fantaseado proceso de creación de un disco: Una semana en el motor de un autobús (1998). Un eje vertebrador de la narración que, en realidad, nos sirve para interpretar la relación entre dos componentes del grupo y una excomponente. No hace falta salir de la sala y empezar a investigar si tal cosa sucedió realmente o buscar en entrevistas qué opina el auténtico guitarrista de lo que ha visto en pantalla. Como biopic, como cine sobre bandas o como una simple película sobre la amistad, Segundo premio es una maravilla. Te gusten Los Planetas o no.
Isaki Lacuesta es un excelente narrador que, además, adapta el discurso formal a lo que demanda la historia. Me recuerda, por ese motivo y por alguno más, al Michael Winterbottom de hace unos cuantos años; incluso, en secuencias de su película, me transporté a 24 Hour Party People: voces en off que corroboran o desmienten lo ocurrido, algún instante musical y parte del ambiente lisérgico. Aun así, la personalidad del cineasta catalán está por encima de todo y su película es, como siempre, una extensión de sus inquietudes. Por eso, mi entrada (de cine o en el blog) la tiene asegurada haga lo que haga.
Y esta vez, ha hecho un ejercicio apartado de cualquier biopic musical inocuo (que actualmente se han convertido en masivos), con actores que son también músicos (o al revés) y con una cámara que, en palabras de Lacuesta “responde al estado emocional de los personajes”.
Sé que está codirigida por Pol Rodríguez, del que solo he visto Quatretondeta, y que se comparte escritura con Fernando Navarro, del que he visto alguna cosa más, pero espero no defraudarles al dedicarles menos líneas. Soy Isakista y, como dice un personaje de Segundo premio: “En las películas del rock and roll se miente. Yo no voy a mentir, solo que no me acuerdo”. Y nada, pues eso, que lo siento por Pol y Fernando, pero es que he escrito esto de forma muy estomacal y no me acordaba de ellos.
Id a ver Segundo premio. En serio. No sé por qué fue, ni sé de técnica lo suficiente como para justificarlo; pero sé que no se puede contar mejor ni se puede contar de otra manera.
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