(LA GUERRA FRÍA) Mientras colas de adolescentes —en todos los sentidos que a esta frase queráis sacarle— demandaban sin escrúpulos entradas para Cincuenta sombras de Grey, yo me hacía el rebelde y aprovechaba el día caliente del espectador para ver una película sobre la Guerra Fría camuflada de documental de hockey. No puedo decir que no vaya a ver la obra erótica del momento. Han aumentado las ventas de juguetes sexuales, se ha logrado que mancebos reacios a leer más de 144 caracteres se agencien (o se descarguen) una novela entera (por mala que esta sea) y ahora el público (mayoritariamente femenino) se agolpa en las salas de cine. No me están llegando buenas críticas, pero como A Positivar es lo que tiene, hay veces que lo interesante es ponerse retos. Como últimamente me está gustando casi todo lo que veo, a no ser que alguien me proponga atarme al cabezal de su cama durante dos horas y cuatro minutos, creo que la siguiente película en el blog será la primera de una saga que está cantada.
Entré en la sala y las escasas diez personas que cambiamos el cuero por los equipajes de hockey esperamos a que la luz se apagara. Empezó Red Army. En el prólogo, un Reagan, en su época actoral, parece querer decirnos que cuidadito con los comunistas que los carga el diablo, aunque sus palabras son mucho más ambiguas y, obviamente, sacadas de contexto: “En el cine, los malos suelen fallar y el final es feliz. No puedo asegurar lo mismo acerca de la película que van a ver”. ¡Toma ya! Que empiece ya por favor.
Red Army es un ágil y didáctico documental, dirigido por Gabe Polsky y producido por Werner Herzog, que recorre la historia rusa reciente a través del equipo soviético de hockey sobre hielo, conocido como Red Army y considerado el mejor de todos los tiempos, que desde principios de los años ochenta dominó este deporte. La figura central de la película es Slava Fetisov, una auténtica eminencia del hockey y cabeza de aquel equipo. Un personaje con tanto que contar, con tantos altibajos anímicos en su vida y con tantas vivencias dentro de los entresijos político-deportivos rusos, que no podía haber resultado mejor de haber sido de ficción. Pero es muy real, y generosamente se nos va desnudando en pantalla para hablarnos de dramas y comedias involuntarias, de orgullo patrio, de autoritarismos y Perestroika, de deporte como propaganda al servicio del poder y, claro, de hockey.
Lo más interesante es que, a pesar de todo lo que se nos cuenta, la película es muy divertida. Sobre todo gracias a un director estadounidense hijo de inmigrantes soviéticos (ojo al dato) que no denuncia sino que presenta, que no dramatiza, que ha realizado un imponente trabajo de documentación y que templa a los entrevistados y edita las entrevistas de forma modélica.
Después de las sorpresas y giros que se incluyen al final de Red Army, emerjo de la sala completamente satisfecho. Pero antes de salir a la calle, veo como, con la complicidad de la última sesión, continúan las largas filas que esperan otra clase de didacticismo de parte de un tal Christian Grey.
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