Darle sentido fílmico a la obra de William S. Burroughs es algo que solo Cronenberg se atrevió a hacer con El almuerzo desnudo. Y como ya hizo el director canadiense, Luca Guadagnino adapta una coherencia excesivamente personal a otra coherencia excesivamente personal. Una incoherencia, para la mayoría, que posa en imágenes insondables una novela fascinante. Esta vez, el videoclip alargado, con intensidad y sin alma, que supuso Rivales, se reemplaza por una obra con estilo, profundidad, enfoque y varias formas de descifrarla o definirla. Y eso que estamos ante el mismo guionista.
Queer es una de las palabras más utilizadas en la película, al igual que “descorporizado”. La historia, situada en México en los años 50, está dividida en tres actos y un epílogo; y en ella, acompañamos a William Lee por su soledad expatriada entre drogas, sexo y mucho alcohol. Dos primeras partes fascinantes, inteligibles y de definición de personajes que transmutan, en las dos últimas, en una búsqueda del amor correspondido y de la ayahuasca o, lo que sería lo mismo, en esa “descorporización” que tanto se cita en la película.
Como ciertas drogas, Queer puede gustar más o menos o puede aportar cierto síndrome de culpabilidad pasados sus efectos. Aun así, hay que tener claro que la indiferencia, el tenis y la pasión vacua no entran en su metraje. Y, otra vez, Trent Reznor y Atticus Ross se adaptan perfectamente a lo contado.
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