El gran –de tamaño– Michael Moore está sentado, cual jugador de baloncesto en un taburete, junto a unos niños en un comedor de un colegio francés. Embelesado ante un menú repleto de comestibles situados en la parte más baja de la pirámide alimenticia, saca una Coca Cola de su bolsillo y se la ofrece a un niño situado a su lado. El francesito pone cara extrañada y le niega el presente porque prefiere su incolora agua. Una niña, en cambio, sí admite el refresco, que parece no conocer, y asiente con la cabeza como indicando que le ha gustado ese extraño brebaje.
A ¿Qué invadimos ahora? se le ven tanto las costuras que acaba convirtiéndose en un ejemplo de documental mainstream de la protesta generalista; si tal hechura existe. Lo atrayente de este formato es el descubrimiento, el poderío de las historias mínimas, la evolución de un metraje, la expresión de la realidad (o de la ficción) de forma documentada. El documentalista es, la mayoría de las veces, la comitiva de una historia que se nos muestra desde cierta distancia. En este caso, el señor Moore es el auténtico protagonista (excesivo) de una película que, aunque graciosa a ratos hay que admitir, es poco explicativa y de progreso lento. Es tan universal en sus disertaciones que, una vez sabido el discurso de cada invasión, no queda sino esperar. Y lo peor de todo es que parece que todo el mundo tiene su guión, desde el narrador hasta el que pasaba por allí.
En este filme no se enfrenta, con dos cojones, a la poderosa industria armamentística estadounidense o al sistema sanitario del país que le tiene que curar. Su dedo en la llaga se ha vuelto palmadita en la espalda y, esta vez, viaja a Europa, cual callejero viajero, para apoderarse de sistemas educativos, penitenciarios, policiales, sanitarios, sociales, políticos y empresariales que pueda llevarse para usufructo yanqui. Las humanas cárceles de Noruega, la legal posesión de estupefacientes en Portugal, una fábrica de lápices con ventanas en Alemania y el mes de vacaciones pagadas de los italianos son, entre otros, algunos de los provechos que Moore pretende apropiarse tras su incursión en tierras hostiles. Escenarios que vienen apuntados, con cierta periodicidad, en la prensa menos sensacionalista. Las invasiones se quedan siempre en la costa, ya que profundizar era demasiado arriesgado.
A positivar que, aunque superficial, poco reveladora y pagada de sí mismo, ¿Qué invadimos ahora? es una película que puede entender cualquier tipo de público, incluso Donald Trump. Para él, supongo, es un simple panfleto de propaganda comunista. A positivar también ciertas frases, contadas pero contundentes, de la voz en off; que todo hay que decirlo.
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