(…D’OR) ¡Ssssssssshhhhhhhhhh! La onomatopeya de la reclamación de silencio es algo que debes practicar si quieres adentrarte en la oscuridad enmoquetada del Cinestudio d’Or. Tendrás que entrenar la vista para corregir los desenfoques del proyector que consiguen convertir cualquier película, por comercial que sea, en una cinta de arte y ensayo. Tu olfato se atrofiará pasada media hora de las nueve y no sabrá distinguir entre el atún con aceitunas, la tortilla francesa con jamón serrano y la sobrasada. El cuello deberás fortalecer para poder realizar movimientos oscilo-batientes constantes con el fin de seguir la proyección. Debes acostarte durante varias semanas en la misma habitación que tus padres para lograr adaptarte al sonido de los ronquidos. Y el último consejo, el más importante de todos, el que no debes pasar por alto, el que debes seguir pase lo que pase es el siguiente: no dejes nunca de ir.
Por favor no desaparezcas nunca Cinestudio d’Or. Aunque me pase semanas sin ir a verte, me consuela saber que, simplemente, estás ahí; majestuoso y alargado, flanqueando una de las entradas del ensanche noble y engullendo las heterodoxas colas que esperan la lucecita roja. Con un precio adaptado a la necesaria demanda de cultura, que no ha seguido los pasos de los recortes hacia arriba (el día del espectador puedes ver dos películas por 2,5 euros). Con dos películas en sesión continua que lo convierten en el único cine de estas características de toda España e, incluso, he oído por ahí que de toda Europa. Y sobre todo con el encanto de ser una sala que nos recuerda que ahí sigue habiendo un cine.
Y el último de los mohicanos, tuvo un pasado, no muy lejano, donde todavía fue más cautivador. Donde el taquillero fumaba en su minúsculo habitáculo, donde el 3D no significaba absolutamente nada, donde las descargas se hacían en las últimas filas de la sala y donde, y esto es muy grande, había un bar: una cantina donde tomarte una caña antes de hacerte un doble. He aquí el enlace que lo corrobora (Encontrado en la red. Geniales fotografías realizadas por Pimiento Analógico): http://www.ipernity.com/doc/190038/10301018/in/album/232868
P.d.: Las películas que se proyectan en el Cinestudio D’Or son dobladas… Nadie es perfecto.
5 Comments
Somos muchos los que como tú, adoramos el d’Or. No por su nombre de metal caro, sino por otra preciosa cara que significa para muchos adeptos, casi en su tercera acepción de la RAE, ese momento de la semana de escapada necesaria para el reencuentro con olores y sabores de antaño, a través de esa ventana que nos permite viajar a otros mundos. El Cinestudio d’Or me sigue cautivando, me sigue embelesando y sobre todo ahora, con esta cosa malmetida en nuestras vidas llamada «crisis», me fascina pensar, que no hace tanto ir al cine costaba 500 pesetas. Ésa es su magia, el conjunto. Llámame antiguo por hablar de pesetas,como dice el Wyoming, «tres euros, quinientas de las futuras pesetas»…, pero sigo sin entender la friolera de 9 o 10 euros por ver un «blockbuster» e incluso cine nacional y ni hablar de las palomitas…
En definitiva, que mi bocadillo de jamón y queso está listo, mi botella de agua en la mochila y unas nueces para picar (ricas en Omega 3), me esperan para lanzarme a disfrutar una semana más de ese doblete maravilloso que hace que mis piernas, cuello y cadera, me duelan cada vez más, eso sí, con gran orgullo.
Viva el CInestudio d’Or y la madre que lo parió.
(Que a gusto me he «quedao»)
Muy bueno, Acomodador. Que no nos lo cierren nunca. Gracias por tu comentario.
Un placer participar de este espacio tan potencialmente interesante. Espero poder hacerlo mas veces. Un saludo cinematográfico. (De esos que deben hasta doler…)
A finales de los 80 estaba yo estudiando en València. No acabé la carrera de Filología, quizá por zamparme 3 películas seguidas cada semana el día del espectador, ya fuera en el D’or o en el Metropol, pero no me arrepiento en absoluto de salarme todas las clases de una tarde por ir al cine. Recuerdo una sesión en que pude ver seguidas «Prick Up Your Ears», «My Beautiful Laundrette» y «Sammy and Rosie Get Laid» de Stephen Frears de una tacada, así como las 24 horas de terror u otros géneros que se hacían en fin de semana. Las sesiones de tres películas empezaban a las 4 de la tarde y continuaban cada dos horas, a las 6 y a las 8, repitiendo la de las 4 a las 10 de la noche. Entonces tenía yo 18 años y un ansia insaciable por devorar cine del bueno.
Gracias por transportarme a aquella época!
¡Qué envidia, Pau! Había oído hablar de las 24 horas seguidas viendo películas de terror. No sé, ojalá y algún día vuelvan a hacerlo. Gracias a ti.