Puñales por la espalda es una película de giritos con un cadáver a los entrantes. Una comedia de toques grisáceos que se mueve por los escenarios con la cadencia conveniente que le aporta un director cinéfago y con talento. Rian Johnson, entre Star Wars y Star Wars, ha realizado una catarsis y, como en su presentación como cineasta, vuelve a la investigación y al asesinato; que, por cierto, se le da de maravilla.
Citar a Agatha Christie, y a todos esos directores que la adaptaron, a la hora de hacer crónica de Puñales por la espalda es casi obligado, aunque, si entrecerramos los ojos en su visionado, la huella de Mankiewicz podrá verse por las recargadas estancias. Sí. Porque la mansión de los Thrombey está llena de objetos y, además, hay un muerto en la buhardilla: el patriarca. Y si bien todo parece señalar el suicidio como causa, el detective Benoit Blanc —que debe ser de origen belga y no francés— ha sido misteriosamente contratado para investigar el asunto.
“Las conversaciones siempre son peligrosas si se quiere esconder alguna cosa” —llegó el momento de citar a la señora Christie— y en Puñales por la espalda hablan mucho, muchísimo. Y lo mejor del admirable ejercicio de Rian Johnson es que las arengas vienen dadas por grandes actores y no solo sirven para investigar y hacer acopio de pruebas, sino también para hacer crítica de la institución familiar —sobre todo cuando todos los herederos viven de rentas— y de la sociedad estadounidense en la era de Trump y de la invasión de las redes sociales. Aunque también sale una cinta de vídeo VHS. Y hasta ahí puedo escribir. Disfrútenla.
No Comment