Estructurada desde una sala de edición y con la voz en off de la protagonista bien alojada con la intención de alcanzar una narrativa dirigida, Para Sama puede tener sus detractores en cuanto a la poca objetividad de la compostura. Lo que ningún espectador con corazón puede negar es la contundencia, muchas veces insoportable, de las imágenes expuestas ni de los diálogos a cámara. No estamos —o yo no he querido verlo así, benditas interpretaciones— ante un documental que busca solamente posicionarse ante el conflicto sirio, sino delante de una película donde todo es real; sobre todo la sangre y las lágrimas. Obviamente, aquellos que lo estaban sufriendo en primera persona tienen claro quiénes son los buenos y quiénes son los malos. No obstante, a los cómodos asistentes al filme solo nos queda preguntarnos cómo puede estar pasando tan brutal tragedia y por qué las noticias sobre el hecho nos parecen tan lejanas.
Para Sama es el comprobante, filmado desde dentro, de la periodista Wadd al-Kateab de cinco años de asedio a Alepo. Un documental que nos convierte en testigos del matrimonio y del nacimiento de la primera hija de la protagonista, pero donde también vemos a niños jugar en los restos de un autobús bombardeado o bañándose en la balsa improvisada que un obús ha dejado en las calles. El estruendo de las bombas es constante durante los 90 minutos del ejercicio y entre esperanza y esperanza hay planos durísimos e incómodos pocas veces vistos en el cine. Escalofriante película.
Nota de conclusión: en un instante de paz, con la paradoja del sonido de las explosiones de fondo, le preguntan a un niño lo que quiere ser de mayor. Y este contesta tranquilamente: “quiero ser arquitecto para reconstruir Alepo”. El futuro.
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