Hay dos películas dentro de Oppenheimer. Una en color, donde Oppi (así lo llamaban sus acólitos) está presente en primeros planos de materia y voluntad. Y otra en blanco y negro, donde su espectro sobrevuela, pero su presencia no es necesaria. Pues bien. Aunque es interesante que las secuencias en escala de grises manifiesten una intención de reivindicar al físico teórico que se denostó y presente unos personajes bien definidos, no es a mi parecer importante para el concepto que parece manejar la película. Un eje argumental de litigios personales, debates morales y sentimientos de culpa que se sostiene mucho mejor en colorines.
No es Oppenheimer el blockbuster que los veranos suelen deparar. Sus 70 milímetros exponen, ante todo, diálogos y sensaciones que la mayoría festivalera encierra en cuatro tercios. Es de agradecer que su recargada caligrafía no cree, esta vez, la incógnita en el espectador mediante peonzas y sueños crípticos, sino con discusiones, más o menos afinadas, que pretenden posicionar a un científico desubicado. Su apoyo a los republicanos de la guerra civil, su millonario linaje de inclinaciones progresistas y su comunismo romántico y perseguido se enfrentan con el compromiso particular y la egolatría de ser el primero en crear el arma definitiva. Un arma que todos sabemos la devastación que creó y, sobre todo, el futuro que acarreó. Es, por todo esto, atrayente el debate que genera, pues una persona que estuvo concibiendo y elaborando la bomba atómica durante más de cuatro años se dio cuenta, algo tarde, de que sus satisfactorios resultados iban a ser irreversibles y, por supuesto, copiados. Por más que le avisó Gary Oldman; o, mejor dicho, el físico danés Niels Bohr, “Oppi, ten cuidadito que no estás haciendo una simple bomba. Estás cambiando el mundo para siempre”. Ahí está el meollo. Ahí está lo más interesante de Oppenheimer. En buscar la hipocresía en todo lo que se nos cuenta, sin posicionarnos, porque es todo demasiado complejo. Hay demasiadas aristas. Es lo que sucede cuando no estás ante un producto de buenos y malos, basados en épicas sin alma; como, por ejemplo, la inaguantable Pearl Harbor.
Así que sí. Oppenheimer es una muy buena película con exceso de metraje, pero también de mensaje. Con agudos diálogos y poca acción. Con instantes, como la de la prueba de la bomba, fantásticamente rodados. Y con una pequeña gran secuencia en el Despacho Oval donde el presidente no da recados de patriotismo sino de cinismo. Todo cuadra.
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