(TIENE SU AQUEL) Recuerdo el día que me topé con el cartel de Ocho apellidos vascos. Primer obstáculo mental a mi prejuiciosa selección de estrenos. El director, Emilio Martínez-Lázaro, sabe como tocar temas populares y mezclar el pop español con las caras más conocidas del panorama cinematográfico (en su día) actual o hacer su contribución al poco frecuentado tema de la Guerra Civil Española. Su última filmografía —pues todavía me acuerdo gratamente de aquellos peores años de su vida— no ganaba puntos para mi inversión. Otro problemilla era que mi cabeza suele rechazar todo lo que huele a Telecirco y, a más, su publicidad estaba siendo algo cargante: véase esos megahiperbanners que no te dejan leer el periódico digital. Si a todos esos inconvenientes le sumábamos un mes de marzo con esperables arribadas a la cartelera, pues mi cabeza pensó (aunque no verbalizó) eso tan socorrido del “me espero a que salga en vídeo” o a que la cadena amiga la programe entre grandes hermanos y grandes debates.
Y llegó la Fiesta del Cine, y casi la mitad de los casi dos millones de espectadores que asistieron se decantaron por la comedia española. Un producto diseñado para las masas estaba dando sus frutos y se convirtió en la película española más vista en España. Su ausencia total de las plataformas piratillas, su apuesta por el formato Aída, donde el chiste está por encima de la estructura; su monologuista reconvertido en protagonista y sus dos guionistas, reconocidos por su Vaya semanita, hacían que las entradas se contaran por millones. El boca a boca y los twit a twit hicieron el resto. Adiós Torrente, adiós tsunami, hola Argoitia.
Obcecación y rebeldía fuera, compañero, y métete en la sala A a ver Ocho apellidos vascos. Y entre chiste y chascarrillo, tópico y método, la cosa empezó a fluir. Los actores están bastante bien, sobresaliendo el señor Karra Elejalde, y las risas de la platea ayudan a unirme a la caterva; facilón que es uno. La sinopsis es de fórmula y trances: andaluz se enamora de vasca y parte en su busca con la intención de llevársela a Sevilla para vivir felices entre finos y bulerías. Mi arma frente ahí va la hostia pues. Al andaluz le toca hacerse pasar por vasco para contentar al futuro y engañado suegro. Llega la hora de la hipérbole y de minimizar el romanticismo. Los diálogos bastante desocupados, pero ágiles y acentuados —valga la redundancia— me sacan alguna carcajada, bastantes sonrisas y un poquito de culpabilidad. La comedia se merece un respeto, y entre conflicto vasco y conflicto moral pasé un buen rato. Y punto. Porque lo único que queda al final del film, o al debatirla al día siguiente, son los chistes.
Eso sí. Creo que no volveré a verla porque, como algunas de las películas de mi infancia, prefiero quedarme con el recuerdo. Y eso que ya se me está olvidando.
1 Comment
Pues si, estoy totalmente de acuerdo contigo. Comedia facilona basada en los tópicos españoles más clásicos, los andaluces simpaticotes y un pelin tontos y los vascos secos y brutos. No discuto que la peli no sea divertida, pero la verdad es que ya cansa este humor rancio y típico del que no salen las comedias españolas. Hecho en falta un poco de riesgo en el cine español que se asenta en lo probado, taquilleramente hablando y que es un claro ejemplo de la sociedad de nuestro país. Lo facil y rápido, que no me mareen con diálogos enrevesados, eso es lo que nos va aquí (generalizando claro).
Que agusto me he quedaoooo!