Quitar lo sobrante. Impedir que el exceso de ardor alcance una trascendencia desmedida. Contar una historia silenciosa y de planos cortos. Buscar, mediante el naturalismo, un reflexión sobre lo ya transmitido. Lo que ya perpetró Eliza Hittman con Beach rats (un filme escondido en Netflix), alcanza en Nunca, casi nunca, a veces, siempre una perfección casi quirúrgica. Un viaje de ida y vuelta hacia el reparo del tormento anímico —de una joven de 17 años que desea abortar— es el asunto que se narra de manera brillante en esta cinta enlutada.
Estamos, y ya van unas cuantas, ante una cineasta sobresaliente que hace sencillo lo complicado. Chloé Zhao, Pilar Palomero, Nuria Giménez, Lulu Wang, Alice Rohrwacher, Andrea Jaurrieta o Céline Sciamma (por citar algunos ejemplos de obras que he visto recientemente) y tantas otras cronistas de lo sutil nos demuestran que no hace falta dirigir agitaciones mediante la verborrea y los fuegos de artificio sino esgrimiendo moderación, economía narrativa y talento.
Nunca, casi nunca, a veces, siempre es cine del que deja poso y preguntas; las respuestas las deja para quien observa. Lo que a mí me quedó es un argumento mínimo con sugerencias enormes sobre la amistad devota, la adolescencia angustiada, las opciones personales y sobre la vida misma. Una revelación convertida en metraje es esta pequeña joya que hay que ver. No sé si es incómoda; lo que sé es que es necesaria.
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