Partiendo de una sinopsis tan acomplejada como llamativa, Nadie no exige ninguna clase de compromiso al espectador; cierto soslayo en la mirada por alguna de sus desmesuradas y violentas secuencias, pero nada insoportable. Cinta evasiva, apuntalada por una coreografía de montaje y una banda sonora subrayada, que se eleva sobre el resto de la amalgamada filmografía del “ya me habéis tocado bastante los cojones” gracias a su actor protagonista, a un sentido del humor sensato, a su caricatura autoconsciente y a una imponente secuencia en un autobús, usufructuaria del prestigioso cine de acción coreano.
Huele a saga la historia de este don nadie familiar y mojigato que esconde un pasado fosco. Así que es aconsejable el grato visionado de Nadie antes de que la profusión de clichés la transforme en una película con nombre, apellidos e inercia.
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