(ÉRASE UNA VEZ…) Para empezar el cuento, una coreografía milimétrica sobre una casa de muñecas habitada por marionetas de carne y hueso te deja ensimismado y te mentaliza de que aquí la realidad es la que es: la de Wes Anderson. Una entradilla con un fondo musical narrado, donde una voz radiofónica nos va indicando y alineando los instrumentos conforme van entrando en escena para componer una gran sinfonía. Muy bien señor Anderson. Y ahora le toca a usted dirigir el concierto. Ir presentando a sus personajes, para unirlos y crear un reino de seres repleto de armonía. Lo que pensé al salir del cine es que si yo, un neófito con un par de películas de Anderson en su retina, había salido maravillado ante los cuadros de un museo tan personal, los auténticos Wesandersonistas habrán alcanzado el éxtasis; y no querría yo limpiar los asientos del cine donde hayan colocado sus posaderas.
Década de los 60 en alguna isla de Nueva Inglaterra. Sam, un niño huérfano y socialmente inadaptado, decide escaparse del campamento scout donde pasa el verano para encontrarse con Suzy, una adolescente de doce años que siente la misma incomprensión que su compañero de evasión. El scout veterano Randy Ward y su tropa, el jefe de policía y los padres de Suzy deciden partir en busca de la enamorada pareja. Colocado estratégicamente a lo largo de toda la narración, podemos encontrar un espectacular personaje, muy del universo del director, que hace las veces de narrador.
Puede que en algún instante me viniera Russ Meyer a la cabeza, en serio. En otros momentos quizá percibí a Jeunet y Caro, ya que Wes Anderson no oculta su afición por el cine galo. Aunque la mayoría del metraje es puramente suyo. Y qué podemos decir de los personajes: pues que son magnéticos. Bruce Willis haciendo de un policía noble, solitario y con algo de doble vida. Edward Norton resucitado para hacer del jefe de campamento de los Boy Scouts. Tilda Swinton es la fría imagen de los servicios sociales. Harvey Keytel es otro referente, mucho más huraño, de los mandamases del grupo scout. Los niños están lapidarios. Y para el final dejo a los padres de Suzy: Bill Murray y Frances McDormand. ¡Qué pareja el matrimonio Bishop! Queremos una película para ellos solos. La química que desprenden, la complicidad de la no complicidad que interpretan y el desánimo de sus facciones necesitan urgentemente un spin-off. A poder ser, dirigido por el tío Anderson y, en su defecto, por los hermanos Coen. La cuestión es que todo quede en casa.
Y fueron felices y comieron perdices. Imágenes poderosas, personajes íntimos, planificación meticulosa, música sugestiva, decorados minuciosos e hipnóticos y diálogos detallistas consiguen que una historia, que podíamos pensar como menor, se convierta en una fábula que quizá no te deje moraleja, pero sí ganas de volver a oírla.
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