Es incómodo, incluso molesto, extraer recados concluyentes del cine de Carlos Vermut. Tiene el poder de contar historias y ha elegido un camino extremo, libre y valiente: sobrecoger desde el naturalismo más inhumano y desde la delicadeza de sus ásperas formas, enfrentar a sus personajes a dilemas morales desmedidos y conmocionar a la audiencia enfrentándola con sus desasosiegos. Está en su derecho y, además, lo hace muy bien.
Es necesario chocar, de vez en cuando, con películas difíciles de asimilar por su contenido y fáciles de acceder por su narrativa. Mantícora es un claro ejemplo. La turbación está en lo que no se ve; en lo que se significa, en el fabuloso trabajo del fuera de plano y en ese pequeño dolor de estómago que extraen los detonantes.
Poco más que decir. Mantícora cuenta la historia de Julián: un solitario diseñador de videojuegos. Una historia que debemos ir descubriendo, aunque no la aprobemos, tanto los espectadores como Diana: la otra persona protagonista del filme. Que no os cuenten nada más.
No Comment