No sé dónde escuche este alegato, ni siquiera sé si es del todo cierto, pero la verdad es que funciona afinadamente para dar comienzo a esta crítica. Dijo Tarantino una vez —o quizá no, ya saben— que él escribía sus propias películas porque los buenos guiones se los daban a David Fincher. Así ha sido durante las últimas décadas; y el director de Colorado ha sabido exprimir como nadie dichos libretos, demostrando su increíble capacidad narrativa e, incluso, legando códigos a las hornadas venideras de realizadores para que aplicarán el delicado arte del apropiacionismo.
Da igual que los guionistas a los que aclimata sean auténticos one-hit wonder (y qué hit wonders), como Andrew Kevin Walker, Jim Uhls y James Vanderbilt, o que proyecte sobre seguro con Aaron Sorkin, Eric Roth y Steven Zaillian. Fincher trabaja los textos convirtiéndolos en una sucesión de planos excelsos que se acomodan al discurso planteado y no a su firma como cineasta. Esta vez, el guionista ha sido Jack Fincher; por lo que a su vocación por adaptar de forma meritoria, le ha añadido una parte sentimental y de dedicatoria a su querido padre. Una afinidad que se ha visto plasmada en Mank; con sus cosas buenas y sus cosas menos buenas.
Entre los aspectos menos destacados, está el darnos cuenta, desde que ponemos fin al visionado, de que no estamos ante una obra fijada en la memoria; algo que sí ocurrió con El club de la lucha, Seven, Zodiac o La red social. Un discursivo y afectado ir y venir en el tiempo acaba por consumir nuestro intento de descubrir más sobre el personaje principal. Valga como argumento que, en mi caso, acabé en Internet intentando conocer más profundamente a Herman J. Mankiewicz.
Sin embargo, estamos hablando de David Fincher y positivar su cine es tan fácil como verlo. Esa presunta falta de tensión o ritmo narrativo del que adolece Mank, parece injustificado y casi invisible al darnos cuenta de la fluidez del montaje y de que sus más de dos horas de metraje transitan sin mengua. ¿Dónde está el problema? Lo desconozco. Solo sé que el garante cineasta no falla. La dirección de arte, la certera fotografía, las interpretaciones y la deslumbrante puesta en escena, está claro, pueden hacer milagros. Aunque yo creo que el milagro es obra del director. Ya que de una cosa sí estoy seguro: si Fincher no ha podido sacar más del guion que su padre escribió sobre el auténtico guionista de Ciudadano Kane, nadie más puede hacerlo. Véanla. En serio.
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