(TOALLA PARA DOS) “El cine es imagen y diálogo, y la palabra también es acción”. Esta categórica cita, extraída de la revista argentina de cine Marienbad, es de uno de los grandes dialoguistas del séptimo arte: Adolfo Aristarain. El director de Martín (Hache) y Un lugar en el mundo también expone que aunque sus diálogos suenen naturales, suenen como la gente habla, no son realista, son diálogos de cine. Los dos actores de Antes del Amanecer y Antes del anochecer conversan sobre lo humano y lo divino de esa forma tan particular, sabedores de que tienen todas las respuestas. Las interesantes pláticas de los personajes creados por Denys Arcand, Jean Becker o Woody Allen son extensiones de la inquietud de sus creadores. Y Madrid, 1987 es también una película donde las palabras vertebran todo el discurso narrativo. Un discurso arriesgado que emerge de lo leído, de lo visto y de lo escuchado por David Trueba. Obviamente, el director y guionista ha hecho una película dirigida a él mismo y a quién le quiera escuchar. Y yo, sabedor de que me enfrentaba a un trabajo muy personal y repleto de frases contundentes como ya marcaba su trailer, quedé encantado y satisfecho ante un José Sacristán pletórico y verosímil y ante una María Valverde que aguantaba perfectamente al maestro y que evolucionaba entre la inocencia y la clarividencia.
Localización: el baño del estudio de un pintor. Vestuario: una toalla. Personajes: un veterano columnista de prensa y una estudiante de periodismo. Música: no hay hilo musical en el cuarto de baño. Argumento: la estudiante quiere aprender del afamado periodista y escritor y el afamado periodista y escritor quiere desplegar su rotunda verborrea con el principal objetivo de follar con la estudiante.
El experimentado escritor no le oculta en ningún momento a la joven estudiante que sus intenciones son meramente sexuales; con lo cual no vamos a ver una conquista, un ligoteo o una persona que dice lo que su bisoña pretendiente quiere oír. Los desnudos, físicos e intelectuales, de los protagonistas y lo austero del escenario, consiguen que nada distraiga de lo verdaderamente importante: escuchar las palabras de los actores. Con cierta facundia teatral, los monólogos, frases y diálogos están tan medidos y tan bien encajados que llega un momento que no sabes si lo que le gusta a estos dos personajes es hablar o escucharse. Hablan y hablan. Hablan del pasado y de la falta de libertades. Hablan de los besos y del sexo. Hablan de la escritura y del estilo. Hablan de los políticos y de la muerte. Hablan de la incomprensión y del matrimonio. Hablan y hablan. Y hablan con tanta incontinencia y sin titubear que a ratos el conjunto puede volverse algo irreal. Pero no debe importarnos si tenemos claro que estamos ante unos diálogos que no son naturales ni realistas, sino diálogos de cine.
A positivar la secuencia en la que los dos actores se van al cine sin moverse del cuarto de baño y ven una película invisible proyectada sobre una de las cuatro paredes. ¿Será una metáfora del recorte cultural?
2 Comments
«Unos diálogos que no son naturales ni realistas, sino diálogos de cine». Me gusta eso, me gustan los diálogos de película. Si no existieran, no iría al cine. Me quedaría en casa viendo ‘Sálvame’.
¡¿M’entiendes?!
Rock&Roll!