(VIVIR RODANDO) Hacer cine sin artificios, sin masas, sin dependencia, sin permiso y sin color. Hacer cine con pasión. Hacer cine que se vomita desde una película caducada. Eso es Los ilusos. Una obra, girada de modo teatral y de título azconiano, que no sólo brota de la ilusión, sino también del ilusionismo. De aspecto gris, afrancesado y trasnochado. Con personajes con nombre. Con actores nombrados. Con una pretenciosidad surgida de la cultura mamada. Un film de a ratos, de “¿tú cuándo puedes?”, de “¿te apetece? Están las cámaras y la película. Están los actores. Están los técnicos. Están los amigos. Está el talento. Está Madrid. Están los bares de siempre. El guión no está; pero se le espera. Los ilusos versa de salir a grabar. La historia es la de siempre. La historia es mínima. Ahí está su grandeza.
De sinopsis trastornada, Los ilusos va de amigos que se juntan y de parejas que se separan. De cafés con leche y cervezas. De amores iniciáticos. De figurantes robados. Los ilusos va de un cineasta que quiere rodar su segunda película y rueda a un cineasta que quiere rodar su segunda película. De improvisar y aprovechar. De cine. De libros. De cine. De música. De cine.
Jonás Trueba Rueda. No está en la Wikipedia. Dedica a su padre Los ilusos. Jonás Trueba ha hecho su segunda película. Después de Todas las canciones hablan de mí, ha salido a rodar y a rodear una película que estaba dando vueltas. Una película de la que se estaría hablando si se hubiera realizado hace treinta años y de la que se hablará mañana. Su primera película era la película de un pequeño enamorado. Los ilusos es la de un pequeño genio. “Puede que me equivoque, pero existe un momento en la vida, solo uno, en el que somos conscientes de que somos genios o enamorados.” ¿Cómo será su tercera película? Curiosidad. A positivar mi sensación. Tuve la impresión de estar ante algo importante.
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