(NO ES LOS ILUSOS 2) Empezó en color con Todas las canciones hablan de mí. Anduvo por la escala de grises en la espontáneamente redonda Los ilusos. Llegados, en Los exiliados románticos, al color candente y veraniego. Una película de buen clima para encontrones con el pasado reciente. Tres formas de amar o de intentar que te amen; partiendo desde el confort hacia la migración turística.
Compendio de romanticismo —básico, eso sí—, la última obra de Jonás Trueba narra el viaje en furgoneta, de Madrid a París, de tres amigos que buscan una forma de correspondencia amorosa diferente y semejante a la vez. Quieren encontrar y encontrarse. De fondo: las melodías diegéticas de Tulsa remarcan conflictos y se convierten en un personaje añadido. Miren Iza aparece entonando en diversos escenarios (no todos literales), canciones que suenan íntegras: algo que no hacen todos los cineastas en el cine no musical y que, subjetivamente, vale la pena.
Doce días de rodaje “sobre la marcha” que, quién sabe, busca más la felicidad del equipo que la del espectador. Libertad creativa total que me deja ciertas dudas de mensaje, pero de visionado más que placentero. Lo que tengo claro es que prefiero el amor por el cine del anterior trabajo de Trueba que el amor por el amor y la recaída de Los exiliados románticos. Y tenía mucha curiosidad, mucha.
A positivar a Tulsa, el cartel, el preestreno en terrazas; la franqueza, como contraposición al vacío, de ciertos diálogos, y la placentera secuencia final. Me surge otra duda: “¿seguirá improvisando cine?”.
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