Hay películas que son artificiosas desde su génesis. Se plantean desde un ecosistema autoral adiestrado y hacen de la puesta en escena y de la formalidad su mayor significado. Estas primeras palabras pueden dar a entender que el guion es un simple Macguffin; un pretexto para circunvalar historias, mezclar géneros, crear personajes destinados al destaque y volver a poner en circulación temas musicales de los 70. Y así es. Pero qué producto de los que consideramos mayores, de esos que hacen historia y producen verborreica histeria, no son así. Pensad en vuestras obras de cabecera fílmica.
Longlegs tiene todo eso. Y un final abierto de los que Hollywood suele cerrar. De apertura poderosa, que te sonríe y te susurra “te pillé”, y con una atmósfera que te hace reflexionar y tirar de filmoteca, su reduccionista historia de caza al asesino con diablo al fondo (o debajo) se amplía, como se ha comentado, por sus grafías. Sin embargo, hay gente para la que no es suficiente. Para mí, por ejemplo. ¿Una mala tarde o una mala película? Nada de eso. Simplemente es cuestión de gustos. Qué cosas.
Y sí. Me gusta Nicolas Cage.
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