Lo que arde es cine inmersivo y en 3D sin gafas ni mierdas. Qué enorme talento tiene Oliver Laxe para introducirnos en los incendios interiores y exteriores de la Galicia rural. Una película que sustituye los fuegos artificiales por, simplemente, fuego.
Si en Mimosas nos mostraba el camino, esta vez, extraordinariamente depurado, nos enseña a mirar, sin juzgar, el resultado de una vida, de dos vidas, de muchas vidas. Todas ellas marcadas por el entorno y por los caprichos de las llamas. En la secuencia inicial, una enorme máquina derriba todos los eucaliptos —especie invasora a la que se ama y se odia— que encuentra a su paso, hasta que se topa con un árbol autóctono, milenario y de raíces poderosas que la hace retroceder. Un instante poderoso, tanto visualmente como de intención, que se vuelve cíclico al tratar la historia de Benedicta, una impetuosa madre gallega que deja de vivir sola cuando su hijo sale de la cárcel tras cumplir condena por haber provocado un incendio. Empieza el costumbrismo y la contemplación controlada que pocos cineastas saben registrar. La gran dirección de actores no profesionales, la fotografía y una de las mejores secuencias de incendios jamás rodada, hacen el resto. Oliver Laxe ha rodado una gran película y se llama Lo que arde.
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