(LA VIDA DE ADÈLE & LA VIDA DE EMMA) En los créditos finales te das cuenta de que no has visto una película sino dos. La vie d’Adèle – Chapitre 1 & 2. Dos capítulos sin marcar. La vida de Adèle está dividida en dos partes. Una matriz de descubrimiento, frontal, de sacudidas, de miradas, de carne, de exploración. El primer capítulo sí puede considerarse una película sobre el estar fuera de lugar, sobre la atracción, sobre la incomprensión, sobre el sexo, sobre el sexo lésbico. Lo que algunos llaman una película de temática gay. Una impulsiva primera parte de definición. Y de repente llegó la elipsis. Ya viven juntas. Y su pelo, hoy, no es azul. Una segunda parte que es una película sobre el exprimido universo de la pareja. Ya no hay sexo. Ya no se habla tanto. No se sonríe tanto. Hay dudas. No hay descubrimiento, sino búsqueda de asentamiento. Como la vida misma, como la vida de Adèle, como la vida de Emma.
Principio de cine francés, con aulas y profesores de literatura incluidos. De temario: el flechazo. Naturalismo o hiperrealismo o una ficción con objetividad documental. Adèle es cercana y normal. “¿Qué música te gusta?”, “No sé. Toda”. Adèle va al instituto. Adèle vive con sus padres. Adèle sale con chicos. El conflicto está interno. La cámara aguarda de lejos. Primeros planos. Labios. Ojos. Paso de cebra. El flechazo literario toma vida. El conflicto emana. Primeros planos. Labios. Ojos. Pechos. Sexo. Búsqueda. Ambiente. Encuentro. Adèle conoce a Emma. Fascinación. Pierde su territorio y la vida de Adèle empieza a ser la vida de Emma. Eso sí, la cámara es fiel a Adèle. La cámara y yo.
Las familias —al igual que las amistades— de las dos protagonistas son disparejas y marcan la personalidad de ambas. Burguesía liberal y clases medias conservadoras. No hay Montescos ni Capuletos. Dos familias que sirven para retratar y no, como podríamos esperar de un cine más plano, para colocar un aprieto doméstico en la trama. Lo importante es Adèle, después Emma. Lo demás no concierne, sólo aporta.
En el film de Abdellatif Kechiche hay deseo. Espectacular deseo. Largas escenas sexuales, explicitas, auténticas, desbordantes e inolvidables. El film de Abdellatif Kechiche posee un elevado contenido cultural, nada gratuito, y enormemente planeado; excesivas referencias literarias y pictóricas, que no todas pude alcanzar: Egon Shiele, Gustav Klimt, Sartre, Marivaux, etc.
Un homenaje —que tal vez no lo sea pero que a mí me recordó— es una secuencia en la que la pareja habla de sus gustos gastronómicos (gustos que también son dispares). Un diálogo que me recordó, con ostras y sin caracoles, a la famosa escena censurada y posteriormente recuperada de Espartaco entre el general Romano Laurence Olivier y el esclavo Tony Curtis: “¿consideras moral comer ostras e inmoral comer caracoles?”. Nada que ver en su intención con la película del director de origen tunecino, pero a mí me llevó a unas termas romanas; qué cosas.
La inclinación sexual de Adèle no tiene importancia. Es una película de amor. Lo que empieza como una recíproca y excesiva pasión, termina con una excesiva entrega subjetivamente unidireccional. Desgarro. Amistades diferentes, familias diferentes, gustos culturales y culinarios diferentes, inquietudes diferentes, opiniones diferentes, empleos diferentes, “Déjame, que tengo la regla”; y empieza la debacle y la inseguridad. Quiero entrar en tu mundo pero no es mi mundo. La vida de Adèle. Buena y valiente película.
A positivar a Adèle Exarchopoulos por el total compromiso con el personaje y su evolución, por soportar los primerísimos primeros planos de forma majestuosa, por su entrega a Emma y al guión, por el torbellino de sensaciones que desprende y por la forma de tocarse el pelo.
No Comment