Puro Shakespeare. Puro cine. ¿Puro Coen? El mayor de los hermanos de Mineápolis se lanza en solitario para adaptar a un dramaturgo miles de veces adaptado. Con la sombra de Dreyer y Bergman a sus espaldas —más la escala de grises propuesta por Bruno Delbonnel al frente— y un texto fidelizado al extremo, podría pensarse en el facsímil. Sin embargo, Joel se las ha apañado para componer una obra mayúscula; y personal en ciertos semblantes.
La decisión estilística puede que parta, en base, a una disposición académica y tradicional. Aun así, sobra decir que, en un blanco y negro tan afanoso, la sangre es siempre negra y, en un formato tan comprimido, la pesadumbre de los actantes es siempre visible. Puro William. Una puesta en escena apoyada en sus matemáticos decorados, que siempre fugan hacia lo importante, y en unos primeros planos que huyen de la declamación para apostar por la expresión y el susurro. Puro Coen.
La Tragedia de Macbeth pide esfuerzo en su inicio ante tanta oda y tanto furor. Más, si el espectador tiene a bien aguardar a los confines del primer acto, la espera le será recompensada. Además, aparecerá Frances McDormand para mostrarle a Denzel Washington el camino al trono de Escocia y, a quien mira, a una Lady Macbeth para el recuerdo.
Puro Shakespeare. Puro cine. ¿Puro Coen? Sí. Puro Coen. Aunque, por supuesto, las opiniones serán variadas, qué menos. Cuestión de enfoque y respeto. Ya lo frasea Macbeth, previo al regicidio, “¿no eres tú, visión fatal, sensible al sentimiento como a la vista?”. Pues en esas estamos.
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