Valía la pena apostar por el premio a la mejor película del último Festival de Sitges, y más sabiendo que ésta había vencido a uno de los descubrimientos del año: la feroz y genial Bone Tomahawk. La invitación se sigue con interés. Por lo menos con el interés de descubrir si es posible que todo lo que está pasando por tu cabeza pasará también en la película. Las trampas que realiza la directora de Jennifer’s body son tan académicas como prototípicas y el juego del engaño entra algo entrecomillado, amén de un excesivo número de personajes que olvida el dibujo de alguno de ellos. Aún así, el in crescendo del filme y su sugerente plano final (probablemente lo que convenció al jurado de Sitges) hace que se vea con complacencia. Vamos, que no está mal.
Will es invitado a una reunión en casa de su exmujer dos años después de que el fatal accidente de su hijo destrozara el matrimonio. Ambos han rehecho sus vidas amorosas, aunque emocionalmente Will siga destrozado. Su mujer, en cambio, parece haber rechazado el dolor y vive en una especie de letárgica y narcotizada existencia. En la velada no están solos, también están invitadas las nuevas parejas y los antiguos amigos de la pandilla. Reitero: demasiada gente si no pretendes sacar a un psicópata con máscara de hockey.
Desde su primera, atrayente y gratuita primera secuencia (¿por qué? ¿para qué?), se nota que hay que contentar a la audiencia y que nos van a menear a gusto. Sin embargo, vuelvo a reiterar que hay bastante que positivar en La invitación: su buen cocinado, a fuego lento y con avivado remate; su excelente sonido, los subtemas añadidos a la trama principal y alguna cosa más que ahora no recuerdo.
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