(DOLOROSA) ¿Qué te pasó? ¿De dónde sale tanto malestar? ¿Cuál es tu historia? Dímelo, porque el director no ha querido contármelo. Y ha hecho bien. Solamente me ha contado como es tu monótona existencia. Tus días pasan cortados por el mismo patrón y por la misma cuchilla de afeitar. Eres un cenicero humano. Estás llena de cenizas. Soporte carnal donde apagar desasosiegos. Si te conociera Glenn Ford te diría: “Fuma usted demasiado. Las personas frustradas suelen fumar demasiado y la causa más común de la frustración suele ser la soledad”. Cerrojos. Tu devenir está repleto de cerrojos. 28 años. Enfermera de día. Conductora de ambulancias. Tu padre está fuera. Tu madre vive hacia dentro. Te llamas Ana. Cualquier cosa te hace saltar: una conversación lógica con tu novio, una negativa a quedar de una amiga, una frase sin maldad de tu compañero de trabajo. Tienes un comportamiento autolesivo. Síndrome borderline. Pero, según la sinopsis oficial, no lo sabes.
El director Fernando Franco, montador de la multipremiada Blancanieves, se ha dejado de cuentos y ha ido directo al estómago. Nada de moralejas. Un trozo de vida. Impactante. Sin acopio de gratuidades. Algo de Haneke. Algo de Rosales. Pero también, esperemos, muy suya. Cruda ópera prima. Lo que iba a ser un documental sobre el trastorno límite de la personalidad (o borderline), ha acabado siendo ficción sin fingir. Sobre una mujer trastornada que se hace daño. La forma de narrar es algo complicada. Da igual el lugar y el tiempo. Saltos en la narración. Contextos extraños. Eso sí, a la protagonista no la pierdes. Ella es el centro de todo. No hay nada más. Obviamente el director no ha buscado la taquilla; quizá algún premio, pero no masas. Listón bastante alto. Premio del jurado en Donosti.
Y entonces llegó ella. Marián Álvarez es más que el guión. De ella es la película. De ella es cada plano. De ella es cada secuencia. De ella es cada herida. Concha de Plata en San Sebastián, hace una lúcida representación de una enfermedad metal. Un retrato con pelos y muchas señales. A positivar Marian Álvarez. También el atrevimiento del director. Una interesante curiosidad antes de terminar: es un sinvivir cada vez que Ana entra en el cuarto de baño. Sin embargo hay un momento en el que solamente entra a depilarse. Pues bien, resulta que está usando la siempre molesta Epilady, y la cara de la protagonista es de total paz. Ningún aspaviento, ninguna mueca de dolor, ningún pellizco. Claro, para alguien que siempre se está provocando dolor físico, la depilación es como un masaje relajante. Sinceramente, de este detalle —desconozco si pretendido por el director— no me di cuenta. Me lo contó una amiga.
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