Es una película que se sabe película. De un preciosismo británico que acaba aturdiendo por su poca procacidad, y que solicita el premio y la aceptación antes que el debate o la reflexión. Sus tres localizaciones, tan diversas como Copenhague, París y Dresde, acaban amalgamándose sintiéndose una sola. “¿Qué tal La chica danesa?”. “Es bonita y los actores están muy bien”. Nominada a varias estatuillas —actores, vestuario y diseño de producción— es el guión la base de sus dolencias, pues los lugares comunes nos dejan sin sorpresa alguna. La escena de los dos parisinos que acosan a Einar Wegener, en transición física hacia Lili Elbe, es una prueba encorsetada de ello. Del mismo modo, aunque nos sitúan en la opinión de una época, la retahíla de médicos que quieren “curar” sus dolencias a base de rudos procedimientos hacen que la película se distraiga de lo que podía ser más potente: la relación del matrimonio y el tormento personal del personaje principal.
La chica danesa es Alicia Vikander y también Eddie Redmayne. Interpretan la historia de un matrimonio. Una historia de amor y de aceptación. La de la pareja de artistas daneses Einar y Gerda Wegener. Un Laurence Anyways, basado en hechos reales y vestido de época, donde el verdadero conflicto pasa a un segundo plano. Einar Wegener se convirtió en lo que se sentía: en Lili Elbe; y la primera persona documentada en ser destinataria de una operación de cambio de género, la conmoción que supuso para una sociedad excesivamente conservadora, su trabajo y el de su pareja —pintores e ilustradores eróticos— y su intensa existencia creo que daban para algo más.
A positivar a Alicia Vikander (buen año el de la chica sueca) y la secuencia donde Einar Wegener (la chica danesa) entra en un peep-show: todo un desnudo de personalidad y tolerancia.
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