(¡BANG! ¡BANG!) Mientras veía La caza (Carlos Saura, 1965) no dejaba de ver claras referencias al cine de Sam Peckinpah: el calor, reflejado como pocas veces se ha manifestado en una película que no sea La ventana indiscreta; la tensión en espacios abiertos, la violencia contenida a la espera de un subterfugio, el crepúsculo vital y el rosario de la aurora concluyente. Después de compensar mi falta y ver semejante peliculón, llegué a casa para informarme un poco más del contexto de la obra. Y sorpresón. En una entrevista al propio Saura —aunque hay bastantes más referencias—, éste comenta: “Al final, Polanski se llevó el Oso de Oro, pero Pasolini, que era del jurado, nos dijo: «Una injusticia. Su película es mejor». Luego se estrenó en EE.UU., la crítica la incluyó entre las mejores de la época, se la comparó con las vanguardias del momento; nouvelle vague, free cinema, cine independiente; y Sam Peckinpah dijo que cambió su vida.”. ¡Claro! todas las películas del realizador norteamericano en las que yo pensaba están realizadas después de La caza. Ahora resulta que no vi mucho de Peckinpah en Saura, sino que, cada vez que vuelva a ver Grupo Salvaje o Perros de paja, me daré cuenta de que estoy viendo claras referencias al cine de Carlos Saura.
Tres antiguos amigos y ex-socios, junto con el joven cuñado de uno de ellos, vuelven a juntarse años después para ir a cazar. Una reunión, con la excusa de disfrutar del tiro al conejo, que en realidad tiene otros motivos. Con una diegética banda sonora interpretada por la Filarmónica de chicharras de Seseña (Toledo), un escenario que fue antiguo campo de batalla y donde los agujeros de mortero se mezclan con las madrigueras, un calor con nada de postproducción, pues se rodó en pleno mes de agosto, y unos magníficos diálogos repletos de intención, La caza se lanza con puntos suspensivos en cada escena hacia su impactante punto final. Un film in crescendo con composición de celos, envidias, prepotencia, lujuria, infidelidades, alcoholismo, suicidios pretéritos, locura y una caza real de liebres. Buñuel comentó tras su visionado que le hubiera gustado hacer la película, sin la salvaje matanza de conejos. Increíble secuencia que, por otra parte, es una perfecta definición de personajes sin necesidad de palabra alguna. Brutal.
Primicia y descubrimiento de un nuevo cine que ni Peckinpah ni la cinematografía nacional de la época ni yo conocíamos. Secuencias sin desperdicio ninguno, junto a pláticas llenas de dobles sentidos sobre la raza humana, la postguerra y la nueva sociedad. “Llegará un día en que los conejos se coman al género humano. Nos invadirán y formarán una nueva civilización y, como son más pequeños que nosotros, habrá lugar para todos y la lucha de clases desaparecerá y no habrá más envidia y así se arreglará el mundo. Pero antes, sostendrán una gran guerra con las ratas”. Cazado.
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