Naturalidad ante todo. Nada de trastornos. Parafilias tratadas con sensatez y sin prejuicios. Salir airoso, incluso con elegancia, de una masturbación en una iglesia es complicado; y Paco León, más explicito en su lenguaje que en su puesta en escena, sigue demostrando su oficio.
Dos mujeres de unos setenta años, que me escoltaban en la fila de atrás del cine, parece ser que no vieron la ternura con la que el director trataba el tema del folleteo. Supongo que las señoras esperaban algo más de la época del destape y lo dejaron claro con sus sonoras disertaciones. Lo que para algunos individuos es una desviación de la lógica es, para otros, una lógica desviación de la norma.
Kiki, el amor se hace son cinco historias, que no se cruzan pero se entrelazan narrativamente, donde las filias sexuales mueven la existencia de varias parejas en el tórrido verano madrileño. La dacrifilia (excitarse con las lágrimas de otras personas), la harpaxofilia (experimentar el placer al ser robado) o la dendrofilia (atracción sexual hacia los árboles y plantas) son algunas de las formas de obtener el gusanillo para, sobre todo, las mujeres del filme. Son ellas las auténticas protagonistas, entre las que destacan Belén Cuesta, impagable la escena en la que relata que la lluvia dorada es algo incómoda cuando la parte que orina ha comido espárragos, y la actriz que lo hace todo bien, de nombre Candela Peña, genial en sus apariciones con texto e inmensa en sus planos sin diálogo.
Mi único problemilla con Kiki, el amor se hace pudo ser la falta de sorpresa en algunas secuencias; pues vi hace un tiempo la película en la que se basa: Little Death (Josh Lawson, 2014). Sin embargo la adaptación de los diálogos y la puesta en escena, repleta de energía, buen rollo, alegorías bien insertadas y diversidad sin melindre, hacen de esta comedia erótico-festiva una obra digna y nada vulgar de la que sales contento y con ganas de más. Y más. Más. Sigue. No pares. Sigue. Ya.
No Comment