Hay una secuencia en Kajillionaire —me niego a intentar recordar o a buscar su título a la española— donde la peculiar y flemática tribu de estafadores, que protagonizan el filme, se hacen pasar por la familia de un anciano solitario postrado en su cama. Una escena por la que vale la pena entrar en el universo que nos muestra Miranda July.
Nunca me ha gustado esa expresión-refugio que sitúa un ejercicio de corte Sundance como “deliciosa comedia indie”; más que nada porque la mayoría no son tan comedia como predice su envoltorio y, sobre todo, por su obsesión por colocar trampas estratégicamente con el objetivo de dirigir emocionalmente al espectador. Kajillionaire también las tiene, por supuesto, pero también asume una enorme planificación y no presenta baile de fin de curso (aunque sí tiene baile) ni personaje secundario hindú (no sé cuántas asociaciones ni amantes de Wes Anderson pueden denunciarme por esto).
En la película se nos aparecen Debra Winger y Richard Jenkins (nada menos) como dos pedagógicos timadores que llevan toda la vida formando en las artes de la estafa a su única hija: una joven y retraída de 26 años. De repente, una mujer desconocida entra en el clan y todo empieza a cambiar. Después de la excelente presentación de personajes, empiezan unos dos últimos actos donde la disfuncionalidad parental empieza a hacerse relevante en la heredera y el mundo de quien no ha abierto miras empieza a ampliarse.
Escondida al final de los estrenos anuales podemos encontrar Kajillionaire. Una fantástica composición donde vemos a unos personajes tan excéntricos como entrañables que, además, tienen claro su legado. Vamos, que sí. Kajillionaire es una deliciosa comedia indie.
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