Desde La flor de mi secreto —expropiando Los amantes pasajeros— cualquier título de la filmografía almodovariana (calificativo que significa la importancia del realizador manchego) podría fácilmente haber designado esta película. Supongo que será casual que empezara su camino con nombres de mujer, llamémosles Pepi, Luci y Bom, y acabara esa primera parte con otro nombre femenino: Kika. A partir de ahí, un sutil desvió hacia la intensidad le otorgó sus premios más notables y le afianzó en el lugar de los grandes realizadores internacionales. Para bien o para mal, es Almodovar y, desde ese giro, se berrea su nombre con gallito sentimiento desde los escenarios y cada vez que leemos una crítica —expropiando Los amantes pasajeros— se habla de la película más contenida y minimalista de su autor.
Julieta vuelve a ser un nombre de mujer; tal vez estamos en una tercera etapa. Una época prudente, profunda y de menos diálogo. Una época donde, por desgracia, ya no hay Lampreave y donde incluso Rossy de Palma está recatada; donde se busca la catarsis grotesca pero no se encuentra: y yo, sinceramente, la necesité.
Julieta se va a ir a vivir a Portugal con su actual pareja. Julieta se encuentra con una amiga de su hija Antía, de la que no sabe nada desde hace muchos años. La amiga de su hija Antía, de la que no sabe nada desde hace muchos años, le comenta que la ha visto en un viaje a Italia y que tiene tres hijos. El shock de la noticia hace que Julieta suspenda su viaje a Portugal para escribir sobre su hija Antía, de la que no sabe nada desde hace muchos años. Flashback e iniciamos la triste y machacada vida de Julieta.
Quizá no sea cine para ver cansado. Tras un primer tercio que me interesó bastante, llegó el ‘todo el mundo pierde a alguien’ sostenido, y mi atención fue menguando por reiteración del patrón. Era lindo lo que veía, pero hasta El Ángelus de Millet necesita una agitación en forma de peripecia para no pensar en si has apagado el gas mientras lo contemplas. De repente asimilé que el túnel no tenía salida y los noventa y seis minutos de trayecto empezaron a hacerse largos. Las actrices están contundentes y notables; el cambio de Julieta a Julieta (de Ugarte a Suárez) fue una genialidad y la fotografía, a ratos poco bucólica y siempre idílica, era más que atrayente.
¿Entonces? Sí, mucho que positivar y todo mi respeto a Don Pedro. No obstante mientras Julieta se hacía mayor en la pantalla, mi interés fue empequeñeciendo. Es una primera y humilde impresión. Aunque estaré pendiente de esta tercera etapa. Seguro.
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