Todo es iniciático en Júlia ist. Elena Martín nos transmite, en su ópera prima, las sensaciones vividas en su año Erasmus berlinés. Sin importar el grado de veracidad extraída de su experiencia, el resultado es un filme narrado con una enorme fluidez, a pesar del encorsetamiento técnico que debió suponer el bajo presupuesto, y con unos diálogos muy reales integrados perfectamente con los planos más contemplativos (y más del estilo de las nuevas generaciones de realizadores. Y no es, para nada, un reproche). La secuencia de tensión sexual en la puerta del bar al finalizar una de las veladas, así como los momentos que envuelven la rave del bosque son ejemplares.
El tema: la sensación de desamparo y la necesidad de sentirse integrada, no es nada nuevo. Pero sí lo son las formas que, aliñadas con una muy buena interpretación de su protagonista (directora y guionista) y unos cuadros compuestos para alertar emociones, nos presentan con actitud honesta lo que parecen ser las páginas de un diario.
Si al finalizar su programa Erasmus, Elena Martín me hubiera relatado en palabras su viaje, no creo que me hubiera impresionado (quizá ya me han contado algo parecido); al representármelo con lenguaje cinematográfico, la cosa ha sido mucho más estimulante.
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