Cuántas lecturas se pueden obtener de una película que no juzga, pero sí presenta. Los límites del sexo consentido, la angustia por perder la virginidad, la toxicidad masculina y la presión de las amistades son conceptos que se van de juerga, junto con Tara y sus dos amigas, por las hipersexualizadas e hiperalcoholizadas instalaciones de un resort que bien podría estar en Magaluf. La diferencia es que los balcones no sirven de trampolín al exceso, sino de detonante festivo.
La directora novel, Molly Manning Walker, extrema su realismo para apuntarse también a los excesos. Un ejercicio que no podría contarse de otra manera. El mensaje está en el gesto, en la palabra que parece trivial y en la ambivalencia de lo entendido por el espectador. Ahí juegan a ganar —y ganan— la realizadora y la magnífica actriz protagonista Mia McKenna-Bruce. Atención, por sensacional, al arco dramático de Tara que, nada sencillo, muestra sentimientos y aporta una enorme credibilidad a sus escenas sin texto.
Es How to have a sex compleja en su sencillez. A ratos, si no se empatiza, parece que los problemas empequeñecen porque se alejan de los desvelos de un público más adulto, pero son todo un mundo para la jovencísima Tara. Necesita la aceptación de su universo más cercano y encontrar a la persona apropiada para tener su primer encuentro íntimo, previo a su vida universitaria. Todo es delicado e inteligente en esta función de denuncia, sin tópicos acostumbrados, a unas excesivas expectativas sexuales y al querer por encima del necesitar. Todo es fiesta y las resacas son duras.
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