Utilizar excesivas referencias para hacer crítica de una película acaba por convertir en collage lo que pretende ser independencia. El name dropping, como norma en la crónica, consigue que te lances a un producto condicionado e inquieto. Aun así, la semejanza puede considerarse homenaje y respeto; y que te relacionen con Malick, Ducourneau, Cronenberg e, incluso con Penn y Godard es algo de lo que no tantas personas pueden presumir, sobre todo, si el resultado final tiene armonía formal y narrativa. Cierro este párrafo aclarando y suplicando que Hasta los huesos y Crepúsculo no aparezcan nunca más en una misma línea. Y, para aportar mi goteo nominativo, comentar que yo tuve presente, durante el visionado de la película de Guadagnino, a Solo los amantes sobreviven, de Jarmusch. Un nombre más a la lista. Tartufo que es uno.
Hasta los huesos es significativamente impactante desde su dualidad a la hora de tratar temas como el sentimentalismo antropófago, la bella perspectiva de la desgracia, los diálogos susurrados del terror, la inteligencia de la juventud sin smartphone o la sangre como esbozo del futuro. Intenciones, todas estas, que acaban por obtener una elaboración más personal y autorreferencial de lo que parece que acaba comunicando. El propio Guadagnino ha puesto su propia semilla y, olvidando su Melissa P, hay mucho de su obra en Hasta los huesos.
La historia de Maren y Lee; la historia de dos almas encontradas por necesidad y olfato, que huyen de nada y de todo, no marcará mi retentiva fímica, pero sí que ha sido una agradable y sanguinolenta forma de pasar dos horas y once minutos de mi vida.
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