(GRUPO SALVAJE) Sale Mario Casas, el guapo del momento, y Antonio de la Torre, uno de los actores del momento. En el cartel de la película se les ve a los dos mirando a cámara como diciendo “A ver, los papeles, y como te pongas chulito igual recibes”, de fondo, como si fuera una película yankee, podemos observar la ciudad donde ocurre la historia: Sevilla. El trailer es dinámico pero buscando conseguir audiencia mediante los protagonistas, las chicas de los protagonistas y los tiros. “¿Qué hago? ¿La veo?” “Voy a ver que dice la crítica”. Y mi falta de personalidad y que la mayoría de críticos y opiniones parecían hablar bastante bien me convencieron para ir al cine. Bueno, además de esto, que el director (Alberto Rodríguez) fuera el realizador de After también ayudó a mi decisión. Y qué bien hice.
La acción —nunca mejor dicho— transcurre en Sevilla en los años previos a la Exposición Universal. La lucha contra la droga y la limpieza de yonkis es una prioridad para las autoridades, porque la capital andaluza tiene que estar perfecta para tan magno evento. Para ello dejan algo de manga ancha y miran hacia otro lado cuando los excesos policiales salen a escena. Y si hablamos de excesos policiales y de que casi todo vale, entonces hablamos de Grupo 7.
Con el riesgo que eso supone, la película empieza con una secuencia llena de ritmo y de acción y muy bien realizada. A partir de ahí, ese ritmo no decae en absoluto y podemos estar una hora y media más que entretenidos. La ambientación y la atmósfera te apresan desde el principio, parece que estás en el año 88: no hay móviles, las teles tienen esa raya negra que sube horizontalmente y con cadencia por delante de la imagen, los bares parecen bares y las casas no tienen muebles de Ikea. Los diálogos, sin disfraces ni barroquismo, parecen casi espontáneos. No digo que sea una película perfecta, pero es entretenida, no tiene concesiones y está muy bien interpretada, sobre todo Antonio de la Torre; grande en sus pocas palabras y grande en sus silencios. Y de los secundarios ni hablemos. Bueno sí: la mayoría lo hace tan bien que a ratos parece que estamos viendo Callejeros.
El film tiene varios momentos brutales, agónicos e incluso claustrofóbicos. Hasta la escena más tranquila está repleta de tensión. Particularmente me destacó una pequeña secuencia donde los cuatro componentes del grupo están en un bar de ambiente, rodeados de una decoración muy dela Semana Santa Sevillana y simplemente con el diálogo y una marcha de procesión como música de fondo el director logra un climax intenso, áspero y cruel.
A positivar que en una película donde la droga es la gran protagonista, los únicos picos que veamos durante el metraje sean los de uno de los policías (Mario Casas), el cual es diabético y debe inyectarse insulina. Unas imágenes llenas de dobles intenciones, de necesidad y de dependencia.
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