(VIDA SALVAJE) Lástima que terminó el festival de hoy. De este año. Pero aprovechemos la jornada final para disfrutarla a tope. Dos francesas y una inglesa. Viernes. Yo, al contrario que el protagonista de Vida Salvaje, soy extremadamente urbano y los beneficios que las ciudades me aportan me gusta aprovecharlos: me voy a tomar un café con leche y al cine.
En la citada Vida Salvaje de Cédric Khan, una madre concluye que no soporta más vivir con sus hijos en una caravana y pone pies en polvorosa buscando el asfalto y, de paso, el calor de una casa paterna. El padre, lógicamente también necesitado de polluelos, decide ir a buscarlos para llevarlos con él e infundirles su nómada, natural y autosuficiente estilo de vida. Pese a tener que esconderse de la búsqueda de la policía, los niños, de seis y siete años, acceden y respetan la decisión del progenitor y empiezan a vivir en plena comunión con la naturaleza y todas sus criaturas. Sin embargo los niños crecen y reconocen que, en ocasiones, la libertad de vivir libres puede ser igualmente aprisionada; más que nada porque les busca la poli y porque, de vez en cuando, les gustaría darse una vuelta por las localidades adaptadas al progreso, comprarse una chupa de cuero o cortarse el pelo con algo tan innovador como unas tijeras.
El realizador francés y sus dos solventes actores principales deciden tomarse el film de forma literal y nos presentan una salvaje película; en el mejor sentido de la palabra. Cámara al hombro y montaje e interpretaciones rítmicas para narrarnos una historia que se ve perfectamente. Las situaciones presentadas no abusan del sainete ni de los llantos, debido a que el papel de la madre entra puntualmente en juego. Un papel que, fílmicamente hablando, pasa a escena cuando debe. Vida Salvaje es una interesante película que se llevó el Premio Especial del Jurado. Una película que cuenta un suceso real de forma eficaz y eficiente, ya que el director no busca el agrado del público por encima de su exposición; algo que sí hacen Olivier Nakache y Eric Toledano en la tonta y buscadora de masas Samba. Punto y aparte.
(SAMBA) Si ya me pasó con la ñoña Intocable a la que no pillé el tranquillo, con Samba me han corroborado que su estilo de contar no va con el mío de escuchar. Sé, y respeto, que puede ser una de las obras que más funcione en taquilla de todas las participantes en el festival. Pero el chiste por encima del conflicto acaba atiborrándome de tal manera que tenía demasiadas ganas de que terminara la función; a pesar de que el papel femenino principal corría a cargo de Charlotte Gainsbourg.
Los hábiles realizadores galos, presidentes del Club de Fans del Melocotón en Almíbar, repiten fórmula y retornan a la receta de la extraña pareja. Una dualidad que cuaja excesivamente pronto (en este caso a los dos minutos del film) y que, a continuación, solo resta ver lo bien que lo pasan a pesar de las penurias que están sucediendo. En defensa de la anterior y megataquillera película de Nakache y Toledano, debo decir que no perdían el hilo de la historia y el personaje principal (interpretado en ambos casos por Omar Sy) mantenía viva la historia. En el caso de Samba, a pesar de ser lo mejor (a positivar la interpretación de Sy) de los 115 minutos de narración, no mantiene la incógnita de adónde nos lleva todo esto.
Samba, historia de amor entre inmigrante ilegal senegalés y ejecutiva parisina de bajón, clausuró la sección oficial del Festival de San Sebastián, pero no la mía. Quedaba el espectacular y apoteósico final. Un desenlace festivalero con la cara de Nicholas Edward Cave.
(20.000 DÍAS EN LA TIERRA) No es que mi persona se prodigue mucho por los documentales —ficticios o reales— sobre grupos musicales, líderes de bandas o cantautores. Pero de los que he visto, 20.000 días en la tierra es, con mucha diferencia, el mejor de ellos.
En la genial película, dirigida y escrita por Iain Forsyth y Jane Pollar, nos muestran un día en la vida del músico e icono cultural internacional Nick Cave. Las 24 horas del día que cumplió 20.000 días en la tierra. Las 24 horas puede que sean ficticias, pero el contenido no lo es. Las ideas que nos transmite el excelso intérprete australiano te hacen estar pegado a la silla durante los escasísimos 95 minutos que dura la clase magistral. El poder de transformación del espíritu creativo, el no dejar las ideas en el frasco del “seguro que no funciona”, el proceso artístico de cualquier artífice y fragmentos de vida en forma de instantáneas fluyen en un dinámico e intenso discurso. Y música. Se habla de música: sensacional alocución en boca de Nick sobre un concierto de Nina Simone y sensacional alocución en boca de Warren Ellis sobre un concierto de Jerry Lee Lewis. Se toca música: y lo mejor de todo es que todas las canciones se tocan enteras, enteras.
Una obra necesaria por su calidad y contenido que consigue que después de ver la película lo único que oigas en Spotify durante tres semanas sea a Nick Cave. Se acabó. A lo grande. El año que viene más. A volver a la realidad, se acabó la ficción. Snif.
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