(FÉLIX Y MEIRA) El miércoles es ese día que parece que nadie tiene en cuenta a no ser que juegue la selección. Ese día, tan lejos de todo, que parece que no existe. Posiblemente por eso la mayoría de cines del país decidió hacer del miércoles el día del espectador; para ver si abaratando la cosa conseguían que alguien se acercara a las salas. Hablamos de un día tan anodino que en España la abreviatura utilizada para referirse a él es una equis. Y así parece que empezó mi miércoles en San Sebastián, con una película tan correcta que “sin pena ni gloria” es lo que más la define.
Félix y Meira pintaba bien. Quizá que fuera una película quebequesa me hacía ampliar expectativas, pero al final la cosa se fue diluyendo. Félix es un hombre extraño cuyo padre está a punto de morir y, por lo tanto, él está a punto de heredar. Meira es una judía ortodoxa con una vida tan de miércoles constante que su mayor acto de rebeldía diario sólo puede ser hacerle un nudo a un calcetín mojado. Meira está casada con un judío todavía más escrupuloso e inflexible. Conocerse es interesante para ambos: para ella es una especie de emancipación dogmática y la posibilidad de una vida más improvisada; para él es una novedad, algo morboso acaso y, vamos, que se ha enamorado el chaval. La información que Maxime Giroux (director y coguionista) nos muestra es interesante desde su objetividad, incluso desde su forma cambiante de posicionarse. ¿Hace bien Meira? ¿Es correcto su marido? ¿Se mete Félix donde no le llaman? ¿Se estaba más calentito en casa?
Muy positivable la forma de utilizar los idiomas en Félix y Meira. El hebreo, el inglés o el francés son utilizados por los personajes según su estado de ánimo o según el interlocutor que recibe el mensaje. Incluso algún personaje que aparece por ahí habla castellano; en un bar, por supuesto.
(EDEN) “En la década de los 90, la música electrónica se desarrolla a gran velocidad. En la excitante vida nocturna parisina, Paul da sus primeros pasos como DJ. En compañía de su mejor amigo crea un dúo llamado Cheers y pronto encuentran su público. Eden sigue los pasos de la generación del «French Touch» desde 1992 hasta hoy, una generación que todavía disfruta de un destacado éxito internacional gracias a DJs como Daft Punk, Dimitri from Paris o Cassius”. Así se expresaba conmigo la web del festival. Una sinopsis vendedora que, unida al nombre de su directora Mia Hansen-Løve, convertían un miércoles en un fin de semana largo. Vámonos de fiesta. Una fiesta de más de dos horas, pero sentado esperando a que alguien me saque a bailar. Eden habla de música y del duro paso del tiempo. Una película donde el protagonista cumple sus expectativas demasiado pronto. Cuando se llega hay que saber mantenerse y, lo que sería mejor, evolucionar. La antítesis de Paul (intérprete principal del film) son Daft Punk: parecen ser un ejemplo de cómo adaptarse al transcurrir de los años y de las nuevas demandas de un público objetivo discotequero.
La última obra de la creadora de ese Primer amor se vuelve generacional y excesiva. Sé que si la música de la que me hablaban, a veces en escenas demasiado largas, hubiera sido más de mi agrado, la película me hubiera interesado bastante más. Sin embargo a ratos la música no me dejaba ver el fondo y la banda sonora me ganaba. Puede que sea una película para ver de pie. Y no. Yo estuve sentado, 131 minutos, viendo un síndrome de Peter Pan del que no me sentí identificado, a pesar de estar más cercano a esa generación que la propia directora. Aún así, Eden me mostró cosas que me interesaban y me gustaban. Cuando hay una buena realizadora, aunque la historia no me toque, siempre hay cosas que positivar. En Eden hubo bastantes. Mis compañeros de sesión salieron mucho más emocionados que yo y con una clara favorita al oro en sus retinas y oídos. Puede que nunca me vaya de fiesta con ellos; aunque sí al cine. Obviamente es broma, ahora les llamo.
(MAGICAL GIRL) Oh! Carlos Vermut ¿dónde te escondías? Sigo sin ver tu ópera prima, pero te prometo corregirlo en los próximos días. No hay nada como ir sin expectativas, sin argumento previo, sin comentarios de corrillo, sin historial del director, sin nada más que las ganas de ir al cine. De repente, un extraño. Y salgo del teatro Principal tan emocionado que no quise seguir viendo cine, porque ese miércoles se había convertido en viernes. Críticos duros a los que no les gustó la magia, alguna figura directiva del festivaleo patrio totalmente indignado y pidiendo cárcel para el mago y muchos círculos de comentarios tras la proyección me dejaron claro que la indiferencia no iba con Magical Girl.
Una película de inflexión. Tras ver cine bueno, menos bueno (somos A positivar), cine intimista, cine violento, cine de Antonio Banderas, de gángsters, de Malkovich; tras ver cine festivalero y cine comercial, llegó la sesión de alguien diferente. Magical Girl es una grandísima película. Una obra arriesgada y difícil de digerir por lo que cuenta, pero no por como lo cuenta. Porque esa es otra. Enorme narrador es Don Carlos. El primer ganador de la Concha de Oro nacido en los ochenta sabe contar historias. Dibujante de cómics y diseñador gráfico, ha planteado la trama de una manera que parece lineal, pero que no lo es. Sin rotulitos de esos de “un mes más tarde”, “un año después” o “dos horas antes”, el director, guionista y autor de los carteles de Magical Girl desarrolla la historia con un control de la elipsis que asusta tanto como su casting: sobre todo, Luis Bermejo, José Sacristán y Barbara Lennie. Una película de esas que sabes que tendrá un espacio en tu videoteca (que no disco duro).
Como no quiero desvelar absolutamente nada —aunque me gustaría— solamente decir lo que pone en su web: “Todo el daño que el alma recibe, nace de sus tres enemigos: Mundo (Luis Bermejo), Demonio (Bárbara Lennie) y Carne (José Sacristán)”. La verdad es que pone alguna cosita más en su página oficial, pero a mí me gustó verla totalmente virgen, y así es como más emociona (o todo lo contrario). Por cierto, el viernes próximo la estrenan.
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