(THE END) Nunca he ido al cine tan pronto. Es más, creo que nunca había visto una película antes de mediodía. Pero fue genial: levantarse a las 7:30, un café para llevar mientras caminaba sin prisas por el casco viejo, ver el mar, leer el diario del festival mientras hacía cola, entrar en una sala con una pantalla enorme, sentarme en una cómoda butaca y esperar a que se apaguen las luces con una sonrisa. Si la película hubiera sido buena, ya habría sido la hostia.
(VENUTO AL MONDO) Me fui de San Sebastián sin conocer la película ganadora de la Concha de Oro. Aún así, enseguida percibí que Venuto al Mondo, traducida para nuestras carteleras como Volver a nacer, no iba a tener ninguna opción. Y no sólo por ser un film muy poco festivalero, sino porque la película no tenía por dónde cogerse. La historia: Gemma vuelve a Sarajevo 16 años después de la guerra de los Balcanes con su hijo adolescente para que descubra quién fue su padre real.
Pues resulta que Gemma (Penélope Cruz) tuvo un affaire con Diego (Emile Hirsch) con el que tuvo un bambino. En la actualidad Gemma vive con Giuliano (Sergio Castellito) y con el hijo que tuvo con Diego (Pietro Castellito). Sí. El hijastro de Giuliano es en verdad el hijo real del actor que lo interpreta y en lugar de parecerse al padre se parece al padrastro. Aunque quizá no sea hijo ni de uno ni del otro y tampoco sea hijo de Gemma. Igual no habéis entendido nada, pero es lo que hay. La protagonista se casa hasta tres veces durante el transcurso de la película y, aparte, tiene un muy buen amigo que está enamorado de ella. Ya tenemos el hexágono amoroso. Ahora situemos la acción en la guerra de Bosnia y ya tenemos el culebrón en marcha.
Venuto al mondo es un film que utiliza gran parte de los clichés del cine pastelero; bueno, creo que los usa todos: flashbacks, personajes secundarios ridículos y excesivos, historias de amor más cruzadas que las de una pandilla veraniega, imágenes de la guerra a cámara lenta para que te fijes muy bien dónde pegan las balas, diálogos grotescos, etc. ¿Pero por qué chilláis? No, dormir no me iba a dormir. Todas las discusiones que contienen algún tipo de conflicto se desarrollan a grito pelado. Y conflictos había para hacer un par de telenovelas. Además tenemos también el recurso de la música videoclipera constante para reforzar la intensidad dramática. Gritos, música y bombas; una sesión de Ximo Bayo en toda regla. Aún así, lo que más me sorprendió fue la cantidad de finales que tenía la peliculita. Cuando creías que la cosa ya había terminado, se las apañaban para seguir sorprendiéndote. No lo recuerdo muy bien, pero creo que la película tiene cerca de treinta y siete finales. Sin embargo, A positivar tiene su personalidad y a eso se debe: salvemos del naufragio la secuencia de la primera boda de la protagonista, donde el sarcasmo del padre de la novia y el estilo de Penélope pueden hacernos recordar, durante unos escasos segundos, el gran cine italiano que se echa de menos durante todo el metraje.
(FRANJU) Una retrospectiva del festival que me llamó la atención, por su sugestivo cartel y por lo personalmente inexplorado que tenía el contenido, era la dedicada al cineasta francés George Franju. “Voy a informarme”, me dije. Y lo que pude descubrir del director galo era más que interesante: Franju (1912-1987) era un amante del cine en todas sus propuestas y gran conocedor del séptimo arte desde sus orígenes. Su exagerada pasión por la historia cinematográfica, hizo que George dedicara gran parte de su tiempo a buscar y conservar películas clásicas y poco comunes y, por lo tanto, a crear una filmoteca. Así lo hizo y, junto a unos colegas, fundó en septiembre de 1936 una modesta asociación sin ánimo de lucro que hoy en día es conocida, nada más y nada menos, como la Cinémathèque Française. Los siguientes años de su vida compaginó su labor en la cinemateca con la de secretario ejecutivo de la Fédération internationale des archives du film (F.I.A.F.), hasta que en 1945 pasó a dirigir la Academia de Cine y organizar conferencias por todo el mundo. Pero a alguien tan ilustrado en el arte cinematográfico había que darle la oportunidad de ponerse detrás de las cámaras, y una productora francesa le encargó un cortometraje documental sobre los mataderos de París. Así nació Le Sang des bêtes, una película sin concesiones, cruda y descriptiva que dejó marcados a muchos espectadores. El cortometraje fue el campo que trabajó en sus primeros años como director; y tal era su personal manera de plantearlos que cuando el Ministerio de Bellas Artes le encargó un film sobre Notre-Dame le impuso la condición de que solamente rodara la arquitectura, que no filmase ni curas ni oficios. Y así, haciendo cine pequeñito en su formato fue viendo pasar los años hasta que dio el salto al largo para rodar una decena de películas, entre las que destacó Ojos sin rostro (1959), considerada para muchos entendidos como una obra maestra del cine fantástico y que volvió a salir a la luz después de que muchos críticos vieran un extraño parecido con La piel que habito de Pedro Almodovar.
No puedo acabar esta breve reseña a la obra de Georges Franju sin hablar de una película que nunca hizo: En 1965 fue utilizado, sin saberlo, por los servicios de espionaje de Marruecos (y quizá también por los franceses) para secuestrar al opositor del régimen Marroquí Mehdi Ben Barka. Un productor, que no era tal, le propuso dirigir un documental sobre la descolonización con el asesoramiento de Ben Barka. Cuando el activista se dirigía a una reunión con el falso productor y Franju en una cervecería parisina, fue secuestrado y nunca más se supo; aunque se cree que lo llevaron a un chalet de un pueblo cercano a la capital donde fue torturado hasta la muerte. Vamos que el rodaje nunca ocurrió y la película obviamente no vio la luz, pero lo que fue la preproducción estuvo bastante movidita.
Ese fue mi último descubrimiento de la sexagésima edición del Festival Internacional de Cine de San Sebastián. Pude acabar mi estancia en Donosti con cuatro cortometrajes de Franju. La primera obra que vi fue À propos d’une rivière, una poética reflexión sobre el paso del tiempo a través de un pescador que nos habla sobre los salmones y su manía de ir a contracorriente. Después proyectaron Mon chien, donde Franju entraba ya en rincones oscuros de la sociedad francesa para contarnos lo que le puede pasar a un perro abandonado por una familia poco amante de los animales. La tercera película corta fue Le Théâtre National Populaire, donde se recreaba de manera documental el trabajo de un importante grupo de teatro experimental, una película que, hay que decirlo todo, se me hizo muy larga y eso que no llegaba a la media hora de metraje. Y para finalizar mi exploración del universo Franju pude gozar de su primera incursión en la ficción con La première Nuit, donde viajamos con un niño que se pierde, intencionadamente, en el metropolitano de Paris en busca de una compañera del colegio. Veinte minutos sin diálogo, de gran belleza visual e intensidad narrativa, donde el realizador nos habla del amor y el desencanto. The end.
Encantadísimo tras cuatro intensos días, empecé mi marcha hacia la estación de autobuses bajo un gran chaparrón y sin paraguas para emprender mi vuelta a la realidad. Eso sí, el regreso a casa en el poco concurrido autobús me tenía reservada una gran sorpresa cinematográfica digna de cualquier festival internacional: Iron Man 2.
Buenas noches, me despertáis en Valencia.
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