(DE TODO UN POCO) Sin obligaciones matinales, con unas gafas de sol de esas que maquillan resacas y te dan aspecto de moderno, y después de un café con leche con un pincho de tortilla que hacía las veces de cruasán, ya estábamos listos para una nueva jornada que en lo que respectaba al séptimo arte empezaba a las cuatro de la tarde. Paseos, pinchos y museos. Es lunes. Pero despierta que esto sólo pasa en las películas.
(KLIP) Llegan las dieciséis horas. Empiezo por una polémica película de nacionalidad serbia que lleva por nombre Klip. Una sala abarrotada espera el principio de la proyección de un film que viene precedido de un Tiger Award en la última edición del Festival de Rotterdam y la prohibición de su exhibición en Rusia. Una guapa adolescente que habita en la periferia de una ciudad serbia —que no nombran o no me acuerdo—, con un padre gravemente enfermo y extremadamente enamorada de un compañero de clase de esos malotes, entra en una espiral de sexo, drogas y fiestas continuadas repletas de las canciones choni de los Balcanes. Y eso es todo. A la peliculita le han añadido la “originalidad” de que la protagonista lo graba todo en su móvil, escenas de sexo explícito a partir de un momento del repetitivo metraje y el mensaje de la juventud perdida de fondo y ya tenemos una aspirante a Larry Klark, pero en versión Europa del Este. Una película que da vueltas y vueltas y nos cuenta lo mismo una y otra vez y no profundiza y busca la provocación y despertar sueños húmedos y donde todo está claro desde el principio y donde todo está narrado sin puntos ni comas. Pero como se trata de positivar, positivemos a la actriz del film: una joven que cuenta con apenas 14 años y que está plenamente convincente en su papel; eso sí, un personaje que no evoluciona en absoluto y que, como la película, se repite hasta la saciedad. Una aclaración: las escenas de sexo manifiestas están rodadas por dobles, no por los menores actores de la excéntrica Klip.
(LUPE EL DE LA VACA) Y con unos pocos minutos de descanso vuelvo a entrar al cine, por suerte a la misma sala. Dentro de la sección Culinary Zinema, encontramos esta pequeña, desconocidísima e interesante obra. Un documental, rodado con pocas pretensiones y menos medios, que versa sobre un personaje mitificado, llamado Lupe el de la vaca, que nunca vemos pero que nos sirve para conocer a los peculiares y simpáticos habitantes de una comunidad de la Sierra del Tigre, en Jalisco. Una película, dirigida por Blanca Aguerre, que se presenta de forma muy amena y divertida pero que trata el drama de la subsistencia en el medio rural mexicano y la dificultad que entraña poder vivir de vender leche. La pasión de la directora por la antropología y el haber convivido durante mucho tiempo con la comunidad protagonista del film, logra una naturalidad en los personajes nada forzada. En ocasiones el cameraman tiene que hacer virguerías para grabar porque los entusiastas e involuntarios actores no dejan de hacer sus quehaceres aunque estén filmándoles y hablando a cámara. Apositivar fue a la proyección gracias a una invitación personal de la directora, lo cual no ha cambiado en absoluto la opinión del que suscribe; aunque sí es verdad que si además hubiera sido invitado al menú que un restaurante afamado de la ciudad realizaba en honor de la película, mi crítica hubiera sido muchísimo más halagüeña. Miento. Lo bueno de acudir a festivales es que se pueden ver pequeñas y encantadoras producciones y conocer a cercanos y agradecidos directores, desconocidos hasta ahora.
Para finalizar el dictamen solamente reseñar que uno de los asistentes a la proyección —por desgracia el pase no fue seguido tan masivamente como la controvertida película anterior— le dijo a la emocionada directora en un coloquio posterior que era el “mejor documental de costumbres que había visto en su vida”, y eso, aún sin recompensa económica, es todo un Premio del Público.
(EL ARTISTA Y LA MODELO) Giro la cabeza desde mi cómoda butaca y ¡Mira si es Trueba! ¡Anda el marido de la peluquera! ¡Toma ya Claudia Cardinale! ¡Madre mía Chus Lampreabe! Todos ellos, veteranos del celuloide, envuelven a Aida Folch y se preparan para verse en la gigantesca pantalla del Kursaal. Se apagan las luces. El artista, Jean Rochefort, pasea por un paraje cercano a un encantador pueblecito del sur de Francia recreándose en cada hallazgo. Se fija en las piedras, en los árboles y en cada elemento lógico del entorno. Una búsqueda de la belleza en la cotidianeidad. Una introducción idónea y reveladora que define el personaje principal en apenas cuatro minutos: un escultor de pocas palabras, culto y algo cascarrabias que necesita algún estímulo que le vuelva a hacer creer en su arte. Su mujer, Claudia Cardinale, comprando en el mercado del pueblo, se fija en una joven muchacha española que se ha fugado de un campo de refugiados y ve en ella lo que puede ser un último intento de animar a su marido a volver a ser quien fue.
La película, rodada en un acertado y últimamente recurrido blanco y negro, se nota que está realizada con mucho cariño y estudiada milimétricamente. No utiliza banda sonora; la fuerza de los personajes y los pajarillos del campo sirven de melodía. Es tan relajado e interesante ver como El artista y la modelo aprenden, trabajan y dialogan en el retirado estudio que quizá no haga falta nada más. Aunque aportan bastante los apuntes de Claudia Cardinale en la historia, no hacía ninguna falta que apareciera un maqui a dar por saco ¿Se buscaba simplemente una historia de celos o introducir una subtrama? Tampoco era necesario el Nazi inquieto y amante del arte que pasa por la casa a ver que se cuece. Incluso, si me apuras, no hacía falta la chacha española del matrimonio, interpretada por la siempre recurrente Chus Lampreabe. Me interesaba tanto El artista y la modelo que no me hacía falta ver La modelo, el artista, su mujer, la sirvienta, el maqui y un nazi que pasaba. Y no es una crítica feroz, ni mucho menos, es que en mi caso solamente sirvieron para distraerme del genial proceso de descubrimiento que los dos personajes principales tienen durante gran parte del film: las pequeñas catarsis en forma de humor las tuve en una escena en la que el artista sufre una incómoda erección, las históricas en algunas frases de la modelo y las del arte en cada diálogo.
A positivar la secuencia en la que el artista le enseña a la modelo Niño que aprende a andar, un dibujo de Rembrandt que debió ser realizado en cinco minutos pero que encierra todo el arte y el saber hacer de un genio; y eso a Mercè (Aida Folch) y a mí nos lo enseñó el artista. Por eso, si nos quedamos simplemente con El artista y la modelo, la película mola. Por cierto, Concha de Plata a la mejor dirección.
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